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julio - agosto 2003
Nº 103/104





Suplemento sin ficción

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Estantería


Narrativa Hispánica

ASALTO AL PARAÍSO
Marcos Aguinis
Planeta, Barcelona, 2003
339 págs., 18 euros


El Estado terrorista argentino constituido durante la dictadura militar entre 1976 y 1983 dejó graves secuelas en la sociedad. Antiguos y nuevos males se potenciaron entonces, y más tarde encontraron terreno propicio para su extensión dentro del orden corrupto instituido por el menemismo peronista. Tras el débil encalado democrático de las instituciones, el aparato represivo del Estado siguió intacto aunque ya sin el carácter misional que le dio la dictadura; su funcionamiento se redujo a su verdadera naturaleza delictiva.
Marcos Aguinis, primer escritor hispanoamericano que ganó el premio Planeta con su novela La cruz invertida, plantea en Asalto al paraíso una descarnada radiografía de la maquinaria terrorista que sigue enquistada en las instituciones del Estado, favorecida por el contexto de corrupción del gobierno que presidió Carlos Saúl Menem. Con un estilo y un ritmo narrativos vibrantes, Aguinis estructura una novela que, centrada en los alevosos atentados terroristas perpetrados en Buenos Aires contra la embajada de Israel en 1992, y posteriormente contra la AMIA –la mutua judía–, descubre los entresijos políticos, ideológicos y mentales del terrorismo internacional. Desde la óptica de un personaje externo, pero emocional y funcionalmente comprometido, encarnado por la periodista televisiva Cristina Tíbori, Aguinis introduce al lector en un mundo inquietante, donde coinciden el fanatismo religioso y la inmoralidad de los funcionarios argentinos beneficiados por el régimen de impunidad que sucedió a la dictadura.
La ingente documentación de la que se valió Marcos Aguinis para recrear los dos atentados terroristas en Argentina, también le sirvió para elaborar el mapa político de una sociedad gangrenada por la corrupción y la resignación con que acepta la venalidad. Ni siquiera su protagonista escapa a esta dinámica cuando se lanza a la investigación y recurre a sus encantos para obtener la información que necesita. En este sentido, Asalto al paraíso es una valiente denuncia de unos hechos terroristas, aún no resueltos por la justicia argentina, vinculados a otros no menos espectaculares, como los de Nueva York y Bali, y también una lúcida descripción de las excrecencias represivas enquistadas en el aparato del Estado argentino. En la línea despojada y racional del Graham Green de El americano impasible o del John Le Carré de La chica del tambor, el lector de Asalto al paraíso percibe de modo directo las perversas manipulaciones de un poder fanático y amoral.

Antonio Tello

LIBRO DE ACTAS
Ramón Pernas
Espasa, Madrid, 2003
187 págs., 17 euros


Antes de orientarse en el mapa de la historia, el lector percibe una música; antes de ver con claridad el perfil de los personajes, le atrapa un ambiente. La música es suave, el ambiente melancólico. Todo el texto desprende un rumor marino, y es que el mar es un referente mayor de este libro. Pero no porque sus protagonistas, habitantes de un pueblo perdido de la costa gallega, sean navegantes o pescadores. Al contrario, es gente que vive de espaldas del mar. Es en sus fantasías, y no en sus actividades, donde ocupa un lugar central: el mar es una ausencia para ellos, el objeto del deseo, la nostalgia eterna. No es casual que el padre del protagonista-narrador construyese un ojo de buey en su casa y, tanto él como luego su hijo, observase el mundo a través de esa metafórica ventana de la aventura no vivida. También parece lógico que al final de sus días, ese protagonista sintiera que su vida había sido una mentira. Vivir en la ficción es el eterno refugio de los que temen a la vida o los que no se reconocen en lo que les toca vivir. Esto es lo que le pasa al protagonista de esta última novela de Ramón Pernas (1952). De su familia hereda una tienda de ultramarinos, por su cuenta desarrolla su don de calígrafo, pero a lo que se dedica en última instancia es a cumplir –con el perfeccionismo del pendolista que es– el destino trágico que le fue asignado por su padre. Las actas que decide levantar sobre su pasado y el de sus seres queridos conforman algo más que una saga. Constituyen el desilusionado pero también sereno balance de esa vida de ficción hecha realidad, cuya verdad será cuestionada por su hijo mediante una sorprendente vuelta de tuerca en el epílogo de la obra.
Verdad y mentira, realidad y ficción se mezclan inseparablemente en esta conmovedora novela de despedida y balance, que en sus tonos y temas recuerda a Brumario, la obra anterior del autor gallego. Pero hay aquí una sinceridad y sabiduría, una libertad que la emparentan con dos grandiosos monólogos novelescos de final de trayectoria: una soledad demasiado ruidosa del checo Bohumil Hrabal y Martin el náufrago del inglés William Golding. Y éstos no son precisamente ninguna mala compañía.

Víctor García Balibán

CIUDAD LEJANA
Javier Vásconez
Alfaguara, Madrid, 2003
153 págs., 11,20 euros


Una furia lasciva recorre estos cuentos de Javier Vásconez (Ecuador, 1946). Furia y lujuria que atraviesan como dato genético, como consigna de sangre de los Castañeda, una familia quiteña que atraviesa, en Ecuador, el tiempo ritualizado de la Colonia, el tiempo heroico de la República, hasta llegar a la baja noche del siglo xx, donde el último hijo de la estirpe, abandonado por su esposa, solo en la ciudad vieja, está atrapado por los ensordecedores ruidos de la memoria que ni el silencio de sus fotos consigue conjurar. Nada ni nadie lo redime de su desarraigo. Tras la visión de una familia cuyo esplendor declina a través de la historia, Ciudad lejana se suscribe a una poética del mal, reanuda el curso de ese poderoso río subterráneo que ha irrigado excéntricas escrituras, y que en la literatura ecuatoriana funda Un hombre muerto a puntapiés (1927) de Pablo Palacio.
Ciudad lejana somete la estructura tradicional del relato al brillo del texto, privilegia la materialidad del lenguaje, explota la potencia musical y sensual de su textura; de ahí sus morosas descripciones, como si a la lujuria de su asunto correspondiera una escritura suntuosa, llena de “lujos” en la acepción barthiana del término. La fuerte dimensión onírica, incluso epifánica, de varios de estos relatos, gobernados por la visión, la aprehensión, el presentimiento, explican su carácter ambiguo, su particular organización diegética. No obstante, estos cuentos nos deparan los placeres de la clausura: por preferir siempre la sutileza y hasta el equívoco a las resoluciones inesperadas, Vásconez sabe arribar a cada uno de sus finales con una gracia espontánea, poética.
Estos cuentos de la ciudad vieja, “la ciudad de los ángeles alucinados”, ya lejana en el tiempo porque muchas de sus historias comprometen la Historia, y lejana en el espacio porque la expansión de la ciudad la ha alejado, desplazándola de su centro, descentrándola, reduciéndola a Centro Histórico, concluye justamente cuando en el último cuento el protagonista vislumbra estremecido la ciudad de la abundancia, la urbe grandilocuente que el auge petrolero ha contribuido a edificar de espaldas a la villa del pasado.
Desde la opacidad radical que instituye el mal, Javier Vásconez imagina, con la devoción y paciencia que exige la escritura, un mundo a imagen y semejanza de nuestras más ocultas y temibles pasiones; un mundo que empieza tras los ruinosos portales de Ciudad lejana.
Cristóbal Zapata

F.
Justo Navarro
Anagrama, Barcelona, 2003
124 págs., 11 euros


Gabriel Ferrater, en los sombríos pero felices años cincuenta y sesenta, cuando frecuentaba a Carlos Barral, a los Goytisolo, a Gil de Biedma, a Manuel Sacristán, a los mejores editores ingleses, italianos, alemanes y franceses, cuando cada noche era un bar y en las reuniones no se hablaba nunca en menos de cinco lenguas, se sabía el más seductor entre los seductores. El más inteligente. El hombre alto y delgado de las gafas ahumadas que sólo bebía ginebra. El que siempre enamoraba a las más jóvenes y hermosas. El que estaba a punto de ser uno de lo primeros introductores de la alta ciencia lingüística en España y ya estaba escribiendo unas decenas de poemas en catalán que lo situarían en la historia de la literatura y en las estanterías. Hasta Vargas Llosa, que no parece un ejemplo de modestia, tuvo que inclinarse cuando un día le escuchó algo extremadamente brillante sobre la lengua indoeuropea.
El personaje resulta tan atractivo que no hay instituto en el que un profesor no quiera imitarle. Y Gabriel Ferrater es F. Un día, en una plaza, le anunció a Jaime Salinas que no viviría más allá de los cincuenta. Quince años después, veinte días antes de su cumpleaños, lo encontraron muerto. Había cumplido su promesa. Este breve libro se agradece ahora que ha muerto Joan Ferraté, hermano de F., y una de las pocas cabezas con las que se le podía comparar en esta ciudad que es Barcelona, nos habla de esos quince años y de muchos años más. Pero sobre todo habla de los años de abandonos, de mujeres que se van y amigos que ya no saludan porque se han cansado de seguir viviendo como adolescentes después de los cuarenta. Habla de Helena, aquella muchacha que en un poema hacía exámenes sobre Chrétien de Troyes mientras él la esperaba. De Jill, la americana con la que se casó en Gibraltar y lo dejó, decía, porque era pobre. De una lunática italiana.
Seguro que han leído Soldados de Salamina. Ya saben que allí Javier Cercas busca al hombre que no quiso matar a Sánchez Mazas. Aquí Justo Navarro busca al escritor que se mató.
Sí, también ésta es una novela que no lo parece. José María Valverde escribió que a Ferrater lo había poseído el demonio del intelecto. Creo que este libro es la mejor glosa que se podía imaginar a esa frase.

Antonio Campoy Martínez


Narrativa Extranjera

EL LIBRO DE LAS ILUSIONES
Paul Auster
Trad. de Benito Gómez Ibáñez
Anagrama, Barcelona, 2002
338 págs., 16 euros


Después del experimento que supuso reunir y editar en un volumen relatos verídicos de la vida norteamericana bajo el absurdo título de Creía que mi padre era Dios, vuelve Paul Auster en estado puro. Regresa el Paul Auster que sorprendió a medio mundo con novelas como Música del azar o Mr. Vértigo, el Paul Auster que fascinó a millones de lectores con El palacio de la luna o la no menos genial Trilogía de Nueva York. Hablamos del Auster mago, ese narrador-buscador del vértigo textual y de la historia fascinante. El Auster de los contrapuntos y de la prosa sencilla pero hipnótica.
Hay quien dice que la literatura siempre debe estar en función del hombre, y más concretamente de la vida del hombre cuando ésta está a punto de dar un giro importante. O dicho de otro modo, cuando su vida cae en manos del azar. Decir que Auster se toma esa premisa al pie de la letra es decir algo obvio. En El libro de las ilusiones se cruzan dos historias refinadas, y ambas comparten ese punto de vista. Por un lado David Zimmer, un profesor de literatura que sufre un repentino contratiempo vital en su familia. Para superarlo focaliza, a modo de obsesión purificadora, toda su energía en la escritura de un libro cuyo tema tiene el nombre del otro gran personaje creado por Auster: Hector Mann, un actor y director de cine mudo de quien “todo el mundo creía que estaba muerto”. El descenso y la ingerencia que experimentará Zimmer con respecto a la vida de Mann son tratados con gran acierto. La permuta constante de esas identidades, así como los continuos paralelismos creados en su entorno hacen de éste un entresijo muy hábil en el que no faltan chisteras con sorpresa. No obstante, y no está de más repetirlo, el gran acierto de Auster está en la creación del personaje de Hector Mann, y evidentemente todas sus películas, que en su totalidad logran pergeñar acertados relatos dentro de la gran película que supone su propia vida, en la que reina un flirteo persistente con la ausencia y con el riesgo y con las ilusiones.
Es agradable reencontrarse con el Auster que habla de circunstancias desfavorables para el hombre, del hombre que se crea fantasías que duran menos de un cigarro, del amor a primera vista confundido por el amor constante más allá de la muerte. El Auster en el que nada es lo que parece, ni siquiera lo previsible.

Eusebi Lahoz

EL INTOCABLE
Mulk Raj Anand
Trad. de Mª Teresa de los Ríos
Amaranto, Madrid, 2002
196 págs. 12,02 euros


En 1935, en plena efervescencia del movimiento nacionalista indio, Mulk Raj Anand y R. K. Narayan inauguraron con El intocable y Swami y amigos una tradición que por entonces sumaba contados antecedentes: la literatura angloindia. Junto con Raja Rao (Kanthapura, 1938), formaron la cabeza visible de la primera “generación” de escritores indios en lengua inglesa, que inició su andadura en los años previos a la Segunda Guerra Mundial y mantuvo su posición de referencia durante varias décadas –en el caso de Narayan, hasta la actualidad–.
Inseguros ante la aparente contradicción entre sus aspiraciones nacionalistas y el uso de una lengua imperial, Anand, Narayan y Rao asumieron el reto de moldear unas formas de expresión importadas para adaptarlas a la idiosincrasia india. Buscaron esa identidad a través de temas, espacios, motivos, y mediante un lenguaje mestizo de nuevo cuño. A Mulk Raj Anand se le atribuye la responsabilidad de haber sentado las bases de esa nueva gramática literaria, de la que más tarde sacarían buen partido autores como G. V. Desani o Salman Rushdie. En un artículo para la New York Review of Books –“A Spirit of Their Own”, 20/5/1999–, Pankaj Mishra relata cómo Anand, a su regreso de Cambridge, acudió a Gandhi con el manuscrito de El intocable, novela inspirada en gran medida por los escritos del Mahatma. Tras leerla, éste dictaminó que el libro estaba escrito en el lenguaje de Bloomsbury, no en el de un intocable. Su madurez estilística no llegaría hasta los cuarenta y, aun así, en ésta y su siguiente novela, Coolie (1936), se aprecian ya los primeros intentos.
No es, sin embargo, por ellos por los que estos dos libros han devenido clásicos, sino principalmente por su alineación con el pensamiento de Gandhi, en cuyo ashram se integró Anand tras pasar por las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española. Dentro de lo que se podría llamar “literatura del Congreso”, El intocable y Coolie constituyen las muestras más encomiables. Sin caer en el discurseo politizante, situándose en la línea del realismo social, retratan la vida diaria de dos tipos altamente representativos de la civilización india, ambos objeto predilecto de atención de los reformistas. La imagen poderosa del intocable, privado por el sistema de castas de sus derechos fundamentales y su dignidad, obligado a anunciar su paso para eludir un contacto físico fortuito en las populosas calles de la India, ha favorecido que, entre ambas novelas, sea la primera la que mejor ha resistido el paso del tiempo. Tras dos décadas de ausencia en las librerías españolas, una nueva traducción ofrece por fin la posibilidad de acceder a uno de los títulos más significativos de la literatura india contemporánea.
Magda Costa

LAPIDARIUM IV
Ryszard Kapuscinski
Trad. de Ágata Orzeszek
Anagrama, Barcelona, 2003
158 págs., 12 euros


En paralelo a sus grandes obras monográficas, el reportero polaco Ryszard Kapuscinski ha agrupado algunas de sus reflexiones y notas, tomadas a lo largo de los años y a lo ancho del mundo. Lo ha hecho bajo el título de Lapidarium, término que designa un lugar en el que reposan fragmentos y restos de las más variadas procedencias. Así, Kapuscinski confronta en este libro los recuerdos de todas las guerras a las que ha acudido, las meditaciones surgidas de sus viajes y sus observaciones sobre el comportamiento humano, tomadas en mil y una circunstancias.
Anagrama publica el cuarto tomo de esta obra, por primera vez traducida al español, y hay que celebrarlo. Bastan las primeras páginas para encontrar las opiniones meditadas de un hombre de mundo. Hay consideraciones transversales, que nos llevan en una sola línea desde el desierto hasta Nueva York, o de la prehistoria a la psicología moderna. Kapuscinski lo ha observado todo desde la primera fila, lo ha rumiado y luego ha escrito sobre ello desde una distancia temporal y geográfica que le da perspectiva y serenidad.
Con esta fórmula ha conseguido ese estilo sinuoso que coloca a Lapidarium junto a los grandes dietarios. Produce un gran placer leer a alguien que tiene mucho que decir y que no inventa nada. Kapuscinski, reciente premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, ha defendido siempre la capacidad de comunicarse como la característica esencialmente humana. Nos habla desde todos los ángulos de su empatía con el mundo y del amor por su trabajo. En este sentido, Lapidarium muestra un Kapuscinski más íntimo e introspectivo que el de sus libros más celebres, entregados a la exposición de acontecimientos y a la descripción de lugares remotos.
Pero en este libro están también los rasgos de las obras fundamentales de Kapuscinski (El emperador, El imperio...). Entre ellas, la valentía de alinearse sistemáticamente con los marginados de la Tierra y la distinción de situar a África en el centro del mundo contemporáneo.
Kapuscinski también habla aquí de la gran pasión de su vida, el periodismo. Se presenta a sí mismo como un periodista atípico, de los de antes, los que iban solos por la vida buscando la verdad. Frente a esto, el reportero polaco ve el periodismo actual como un mundo ensimismado e idiota, que se ha obsesionado por la técnica y se ha olvidado del sentido original de la profesión: mostrar la verdad.

Jordi Martí

Literatura Catalana

ANIMALS TRISTOS
Jordi Puntí
Empúries, Barcelona, 2002
182 págs., 17 euros


El cardiograma afectivo –dice José Antonio Marina– es intermitente y lábil. Por eso, el balance sentimental cambia constantemente y una misma situación puede provocar emociones distintas en diferentes momentos. Es contradictorio hablar de sentimientos permanentes. Sólo los propios deseos o la personal manera de responder a las situaciones, lo que se ha dado en llamar hábitos del corazón, duran. Y Jordi Puntí (Manlleu, 1967; traductor de Pennac y Auster, colaborador de El País y la emisora RAC-1) disecciona con agudeza esos hábitos del corazón. Primero, en su celebrado libro, Pell d’armadillo (sobre los vicios y virtudes de la sociedad burguesa, Premio de la Crítica Serra d’Or, traducido por Salamandra), y ahora en este conjunto de seis narraciones con vocación de novela breve, con historias que evolucionan lentamente y personajes que se repiten, historias marcadas por la insatisfacción (todo deseo incumplido produce ansiedad, obsesión, dependencia) y el tedio (la forma confortable de la infelicidad). El intento de enfrentarse al espejismo de la felicidad perdida, el inútil esfuerzo de recuperar a la esposa imaginada, la imposible aceptación de una infidelidad, el miedo al compromiso, la conflictiva situación de la amante ocasional, el sueño inalcanzable de una mujer ideal; un montón de temas y circunstancias rayanos en el tópico reciben aquí un tratamiento inusual. El uso de la focalización variable permite al narrador ser simple testimonio de los acontecimientos, ceder la perspectiva del relato a los protagonistas, o incluso juzgar los hechos sin llegar a la omnisciencia, como si de una crónica periodística se tratara. Y a modo de puntuación dramática, diversos motivos visuales, que ya forman parte del imaginario del lector/espectador, al estilo de las figuras de pensamiento de Deleuze, nos remiten al contenido, al tema, y, sea por su poder evocador, sea por su contraste con el hilo narrativo, otorgan una nueva dimensión al relato, provocan la empatía emocional, abren las puertas a una realidad distinta y ayudan a representar el sentimiento, lo intangible.
Anna M. Gil

Poesía

APARICIONES PROFANAS
Óscar Hahn
Hiperión, Madrid, 2002
55 págs., 10 euros


La poesía de Óscar Hahn (Chile, 1938) parte de unos presupuestos de vanguardia que, con cada nueva publicación, se han ido adentrando en un territorio que, con Apariciones profanas, alcanza el deseado espacio de la construcción de un universo plenamente identificable y reconocible como propio. Las rupturas y libertades logradas por la propuestas de vanguardia juegan aquí, en el mismo espacio, al diálogo con la tradición, con el soneto, que ya aparece como la punta de un iceberg en libros anteriores, pero que en esta ocasión marca por completo uno de los libros más independientes del autor. El lector se encuentra con sonetos de factura heterodoxa en los que la forma, o la sombra del esquema, aparece debajo de la distribución de los versos, debajo de la versificación, junto a poemas sin medida estrófica.
Óscar Hahn es un poeta de sobras conocido por el público español, su obra se edita en las editoriales con mejor distribución del país, además de en diferentes editoriales de su país y otras importantes ciudades editoriales latinoamericanas. Ha ido abriéndose paso con el tiempo y confirmándose como una de las voces más importantes y coherentes del panorama actual en lengua española, y desde su cátedra en Iowa se ocupa de la difusión y el estudio de la poesía contemporánea. Su obra, y en este libro último queda más patente que nunca, apuesta por la naturalidad, por la siempre presente sabiduría del oficio, pero disimulada tras esa aparente sencillez, que como bien se sabe, es uno de los retos de la escritura, y que brota como un magma que calienta la superficie y quema a aquel que se adentra en su lectura. Nunca se hace alarde, no hace falta en ningún momento, y ese don es aquí su mayor punto de apoyo, el tesoro que permite ir descubriendo, como una caja de sorpresas, la total lentitud y esquivez de la mejor poesía.
La tranquilidad de espíritu, el paso del tiempo, el amor sereno o visto desde la serenidad de la distancia, el poso de innumerables lecturas, el arte como una opción de vida que lleva al conocimiento íntimo, son los temas que se suceden en estas Apariciones profanas para hacer partícipe al lector de la absoluta fragilidad de la existencia. Sólo permanece aquello que soñamos, lo que en apariencia es más efímero. Esa fuerza soterrada en la fragilidad es lo que le da a esta nueva entrega de Óscar Hahn su especificidad y su durabilidad: ante la saturación el poeta opta por retomar el sabio y refrescante camino de la sencillez, y es de agradecer.
Rodolfo Häsler

NOTICIAS DEL DESLUGAR
Américo Ferrari
El Bardo, Barcelona, 2002
89 págs., 7,51 euros


Más conocido por estas latitudes como estudioso –recordemos sus destacados trabajos sobre Vallejo–, Américo Ferrari (Lima, 1929) es dueño de una notable obra lírica (de la que se ocupó Lateral, en una larga entrevista publicada en el nº 54) compilada hace pocos años por la editorial responsable del volumen que nos ocupa. No deja de resultar significativa su inclusión entre los elegidos en la aún reciente, y al cabo no tan polémica, Las ínsulas extrañas. Y es que su concepción del hecho poético recuerda en algunos momentos a los primeros poemarios de Sánchez Robayna, al Valente menos trascendental, al Eduardo Milán de Nervadura, o incluso a su compatriota Blanca Varela, todos ellos artífices de esa antología. En la última entrega de Ferrari, el poema aparece concebido como despojo, armazón en ruinas sostenido apenas por la tensión rítmica y semántica, esclavo de la elipsis, de las resonancias, de la pirueta gramatical, amenazado siempre por el silencio que lo rodea. La gran divergencia entre la propuesta del peruano y muchas otras poéticas minimalistas la encontraremos en el registro eminentemente lúdico que, más allá de temas e intenciones, ofrecen sus condensados artefactos retóricos.
Que ese talante jocoso constituya razón de ser o estrategia orientada a propósitos menos evidentes dependerá tanto del poema, como de la complicidad del lector. La humorada sirve en general a Ferrari como escape “lógico” al sinsentido. De ahí que la paradoja –la racionalidad dentro de lo irracional– y el juego de palabras se erijan en protagonistas absolutos de la función. A través del quiebro verbal, del golpe sinestésico, de una rima desequilibrada y caprichosa, orgullosamente residual, las Noticias del deslugar –falsas notas de ninguna parte– vienen a resumir toda una postura vital, algo así como un “hedonismo resignado”: si no hay nada en el plato (“El primer plato lleno de hambre / el segundo lleno de sed...”), démonos al menos un memorable atracón de “nada”. El goce como fin, pero tras haber constatado la imposibilidad de acceder a una verdad superior. Limitación que se convierte a su vez en particular forma de riqueza. “Gracias señor por todo / lo que nos has negado”, enuncia, así, el sintético poema titulado “Acción de gracias”.
La invalidez del lenguaje, en tanto que instrumento descifrador de la realidad –de una realidad independiente de él–, obliga a Ferrari a exprimir al máximo la dimensión formal del texto. Que veamos ahora el son del poema, solicita el autor en algún otro momento: visualizar la música, en fin, desvelar el artificio: que la esencia del poema sea su simple presencia.
Juan Salido Vico

ARDEN LAS PÉRDIDAS
Antonio Gamoneda
Tusquets, Barcelona, 2003
125 págs., 11 euros


Si el título de este libro desconcierta e invita a la reflexión, al conocerlo acatamos su consistencia súbita e inescapable. Arden las pérdidas precisamente en el instante de su recuperación imposible, arden porque nunca han dejado de estar ahí, arden por el esfuerzo que significa someter el dolor y hacerlo presente. Arden las pérdidas como arden los puentes si los vamos cruzando. Del otro lado, exhaustos y con vida, somos aún el incendio. “Finalmente, purificados por el frío, somos reales en la desaparición.” Las imágenes se escapan para siempre pero quedamos prendidos de ellas. El paso por sus florecimientos y destellos significa recorrer años de historia oscura y parar en su inmisericordia: los gritos amarillos de las madres, el amanecer sobre cárceles y tumbas, la extracción de hombres en lugar de muelas. Tanta historia no puede dejar de contarse, y de contarse siempre, y así. A golpe casi de martillo nos convertimos en testigos y partícipes de su reclamo. “Creo en la ira”, termina uno de los poemas. Y asentimos.
Imaginemos una casa antigua, en el campo, en la que a medida que recorremos sus patios interiores y corredores exteriores una serie de fotografías se incendian en el mismo instante en que las vemos, como si sus químicos no resistieran la luz y el mínimo contacto de calor quemara las imágenes hasta hacerlas chamusca. Como si en esa casa se hubiera desplegado un largo laboratorio del absurdo, un cuarto oscuro abierto en donde las fotografías que salen de las bandejas de revelado se destruyen inmediatamente, pues lo que puja por mostrarse quedara exhausto en el mismo intento y el propio esfuerzo disolviera su constancia. Y sin embargo, el golpe en la retina de esas presencias apenas vistas, fuera tan brutal que a pesar de su desaparición se mantuvieran ahí, imperturbables y desasosegantes. “Estoy atravesando olvidos”, dice Gamoneda, como si corriera por un bosque en llamas y en el vértigo de la carrera fuera capaz de retener la pureza del incendio y de la destrucción.
Para que esa realidad –en el límite de lo insustancial y al mismo tiempo sustantiva– pueda congregarse, necesitó de alguien que sostuviera en la mirada y el tacto la desaparición. “Vi luz en sus manos, luz / en los cartílagos y las venas. Luego / descendieron las vértebras y ya / no vi más que eternidad y frío / ciego y azul en la mirada inmóvil.” Con esa imagen de la distensión imperceptible de unas vértebras sostiene Gamoneda sin vacilar el tránsito de la muerte, y la morosidad de esos cuatro versos hace más pavoroso su recorrido inquietante.
En un país apegado a definiciones literarias y criterios generacionales anquilosados, la poesía de Gamoneda es una invitación a extender el paisaje. Definir sus procedencias o adscripciones no sería más que una banalidad.
Pedro Serrano


Ensayo

LOS INICIOS DE LA CIENCIA OCCIDENTAL
David C. Lindberg
Paidós, Barcelona, 2002
529 págs., 33 euros

La ciencia, tal y como la conocemos hoy, germinó durante el Renacimiento, gracias a la crisis del modelo cosmológico de Aristóteles, que era el oficialmente reconocido como válido por la autoridad ideológica de la época, la Iglesia de Roma. La llamada Revolución científica, cuyos protagonistas fueron Bruno, Copérnico, Brahe, Galileo, Kepler y Newton, es uno de los períodos más interesantes de la historia del conocimiento humano, motivo por el cual ha sido objeto de intenso estudio y cuenta con una amplísima colección de escritos dedicados a ella desde finales del si- glo xix. Sin embargo, ha faltado una dedicación igual a épocas anteriores, al menos desde el punto de vista de la divulgación de las investigaciones más eruditas. La ciencia occidental tiene su semilla en las épocas clásica y media de nuestra historia, pero estos períodos, quizá por quedar en segundo plano ante el renacentista, quizá también por carecer de grandes logros desde el punto de vista de la física moderna, no han sido tan divulgados por los historiadores de la ciencia.
El libro de Lindberg viene a compensar tanta desigualdad. Su propósito abarca desde la prehistoria hasta los comienzos de la crisis del aristotelismo, y hay que decir que tamaña ambición acaba por perjudicar el resultado de esta obra, aunque era desde luego necesario poder presentar la física medieval doscientas páginas después de la física de Aristóteles, de la que es hija (tal vez ilegítima). La parte dedicada a la ciencia antigua merecería una mayor amplitud, es demasiado sintética, e incluso no va más allá de lo que en cualquier manual de filosofía puede encontrarse. No obstante, sirve de introducción a la parte dedicada a la ciencia medieval, mucho mejor trabada, plena de detalles y continuas referencias a sus orígenes clásicos.
Por otro lado, Lindberg reflexiona simultáneamente sobre el significado de la ciencia como actividad humana sometida a la historia. La palabra “ciencia” no debe confundirnos, pues ni los antiguos ni los medievales, y mucho menos los prehistóricos, ejercían lo que hoy tenemos por científico, ni pretendían hacerlo. No es que fuesen “científicos errados”, sino gentes centradas en conocer su entorno natural, en ocasiones con intereses divergentes de los nuestros y a través de métodos que desde Galileo serían rechazados. Practicaban una forma de acceder al mundo (real o no) tan poco experimental como poco experienciales son las actuales ciencias llamadas empíricas. Lindberg insiste en esta cuestión: el tratamiento histórico de la ciencia antigua exige una mentalidad relativista, una adaptación a la lógica antigua y a la ausencia de lógica prehistórica. De esta forma se puede apreciar que los “errores” antiguos no lo son tanto, y que sus aciertos consiguen que descubramos cuán próximas están sus inquietudes de las nuestras. Al fin y al cabo, los auténticos problemas de la ciencia, como el origen del cosmos, siguen sin ser resueltos.
Josep Pradas

ESTA REVOLUCIÓN NO TIENE ROSTRO
Wu Ming
Acuarela Libros, Madrid, 2002
253 págs., 10,50 euros


Wu Ming es el nombre colectivo de cinco personas que provienen del Luther Blisset Project y que, dándose cuenta de los cambios que ha sufrido el mundo desde entonces, han preferido transformarse en Wu Ming. Son una empresa política autónoma orientada a la narración de historias. Parten de la izquierda radical y tienen como referente el movimiento antiglobalización; eso sí, desde una postura teórica, por un lado totalmente alejada del reflejo que la mayoría de los medios de comuncación ofrecen, así como de las ideas más caducas y banales del propio movimiento antiglobalización.
Que nadie busque en sus páginas consignas conocidas y facilonas ni argumentos para hacer una crítica simplona del movimiento. Wu Ming rechaza el concepto hasta ahora tan venerado del autor como individuo autónomo y genial, y cuya subjetividad crea obras de arte inmutables y dignas de adoración. Son cinco personas que se esconden bajo el mismo seudónimo, escriben una novela juntos, deciden rechazar los derechos de autor en ciertos casos, no les interesa que se conozcan sus rostros porque rechazan las modernas técnicas de mercadotecnia, conciben lo cultural como una empresa, sin que ello suponga una merma de la calidad, y permiten que otras personas dispongan libremente de sus escritos incluso para modificarlos.
El libro se divide en cinco partes, aunque quizá las dos primeras sean las más importantes. ¿Por qué o para qué escribimos historias? Ahí radica la pregunta más importante y más necesaria. En el fondo, y Wu Ming lo deja bien claro, se trata de crear las condiciones necesarias para un imaginario político y cultural distinto al que rige hoy día. Todo depende de cómo se cuenten las historias para que adquieran un significado u otro; por un lado están las de los grandes grupos mediáticos con sus intereses, por otro el de multitud de grupos pequeños con los suyos, olvidados, respondidos o negados.
La otra sección de mayor interés es el análisis político de la sociedad actual, de sus facciones y de sus derivas. Partiendo de los análisis de Negri y Hardt sobre el imperio, Wu Ming analiza las consecuencias del 11 de septiembre y de las partes en liza, que no son sino dos caras del mismo capitalismo global. Si bien la parte americana es algo que parece no ofrecer dudas, la imagen de rebelde y revolucionario de Osama Ben Laden queda desmontada con el análisis de su política y de sus estrategias capitalistas. Wu Ming fue capaz de anticiparse a lo que iba a venir a partir del 11 de septiembre sin caer en estupideces antiamericanas.
Las páginas dedicadas a las reuniones del G-8 y su contestación por parte del movimiento, los sucesos acaecidos en Génova, la estrategia de los Monos Blancos, y los errores del Black Block, aparecen también en un libro que merece la pena por su radicalidad y su inteligencia.
Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan


Cómic

PERSÉPOLIS 1, 2 y 3
Marjane Satrapi
Trad. de Albert Agut
Norma, Barcelona, 2002/2002/2003
69/82/91 págs., 14 euros c/u


Uno de los recursos más empleados en el cómic de autor para ganar prestigio cultural y ampliar su reducido espectro de lectores, es narrar en primera persona sucesos reales y, a ser posible, históricos. Con ello, el crédito de la realidad contrarresta la mala fama del cómic. Estos serían los casos de dos obras de primerísimo orden como Maus de Art Spiegelman y La ascensión del gran mal de David B, y que la tetralogía autobiográfica de Marjane Satrapi (Rasht, 1969) ha imitado tanto en lo gráfico como en la manera de componer narrativamente las propias vivencias.
Pero esta iraní afincada en Francia no es un simple epígono de estos estupendos historietistas. Es constatable que el dibujo, realizado con un blanco y negro muy contrastado, es primario a rabiar y demasiado infantil. En cambio, la vida de la propia Marji es en extremo interesante.
Satrapi une su condición de persa y musulmana, a la de mujer e historietista, y relata su vida antes y durante la revolución islámica que derrocó al Sha en 1979, y su exilio a partir de 1984 y hasta 1988 en Europa. En el primer volumen aparece una Marji niña muy permeable e insegura, enfrentada a un ambiente social lleno de contradicciones. En el segundo, todo gira alrededor de la guerra con Irak. En el tercero, recién publicado –y a la espera de un cuarto que cierre la obra–, el exilio en Austria se muestra como una continua fuente de insatisfacciones. En este sentido Persépolis también es un documento histórico muy estimable sobre un periodo de Oriente Medio bastante opaco. Satrapi no se regodea en los aspectos más miserables e injustos de los hechos históricos, pero tampoco los elude. La manera de afrontar tamaño desastre es mirando con ojos ingenuos, y con una gran dosis de curiosidad, unos hechos que encierran un gran contenido de sinsentido e hilaridad. La iniciación en el mundo de los adultos de Marji se nos muestra como una brillante parábola de la madurez. Así, alcanzar la edad adulta será encontrar nuevas normas que aplicar cuando las existentes son adversas o descabelladas. El mundo aparece lleno de contrariedades, la más destacada, y que podría servir como ejemplo del resto, podría ser una revolución de izquierdas y anticapitalista que se caracteriza por ser radicalmente religiosa y represiva. Crecer y gobernarse en dicho mundo es una tarea a realizar sin la tutela de las normas antiguas y sabiendo que los resultados son siempre provisionales. Esta brillante mirada sobre el aprendizaje, no carente de un fino sentido del humor, convierte a Persépolis en una obra destacada.
La lectura es ágil y cualquier lector interesado en el género biográfico puede afrontarla espoleado por el ramillete de premios de toda condición que lleva cosechados.
Quim Pérez

DAVID BORING
Daniel Clowes
Trad. de Lorenzo Díaz
La Cúpula, Barcelona, 2002
130 págs., 6,10 euros


Nueva novela gráfica de Daniel Clowes, el autor norteamericano de cómics para adultos de mayor proyección internacional. Publicada originalmente entre los números 19-21 de la aperiódica revista en la que Clowes edita todo su material, Eightball, es ahora recogida en castellano en un tomo único por Ediciones La Cúpula. Estamos sin duda ante una obra de envergadura que se adentra con instrumentos perecidos a los utilizados por el David Lynch de Twin Peaks o el Truman Capote de A sangre fría, en el imaginario colectivo de la América milenarista.
David Boring, un joven de provincias obsesionado por determinada parte de la anatomía femenina, cómodamente establecido en su estatus de perdedor, vive bajo la sombra de un padre dibujante de cómics que abandonó a la familia cuando él era un niño. Vive, en un anodino barrio de una no menos anodina ciudad, huyendo del pasado, de su madre, aposentado en la mediocridad, y encerrado en sus obsesivas relaciones sexuales. Víctima de un inesperado atentado en la calle, es trasladado a una isla privada que posee su familia en algún lugar aislado de la geografía canadiense. Allí se encontrará con otros miembros de su resquebrajado pasado. Asistirán juntos a lo que creen que es el fin del mundo, y dejarán germinar la semilla de violencia que parece habitar en algunas sociedades de la América profunda.
En manos de Clowes, la historia sobreviene un análisis quirúrgico del camino sin retorno de esta América permanentemente aterrorizada por el enemigo exterior, que parece ignorar que es en el seno de sus estructuras sociales primarias donde anida el verdadero enemigo. La estructura narrativa, heredera del género negro cinematográfico, se apoya en el trazo firme de Clowes y en los cambios expresivos de encuadre. No hay concesiones al ornamento gráfico y, como ya viene siendo habitual en las últimas obras de este autor, el dibujo queda tamizado por un extraordinario dominio del claroscuro.
Surgido del ámbito del cómic underground, beneficiario de la tradición abierta por Robert Crumb pero también de series de televisión como Twiling Zone, Clowes retrata sin tapujos la decadencia de un american way of life siempre dispuesto a resucitar fantasmas y obsesiones.
Lluís Alabern

correspondencia

CORRESPONDENCIA, 1948-1986
Vergés, José y Miguel Delibes
Destino, 2002
472 págs., 22 euros


Dos piezas clave del panorama cultural ibérico se yuxtaponen en este libro que tiene por coautores a un escritor y un editor, uno castellano, el otro catalán. Ambos unidos por una amistad epistolar que destila fidelidad y respeto a lo largo de los treinta y ocho años en que tuvo lugar (1948-1986), y que este volumen recoge. Nos referimos al escritor Miguel Delibes y al editor –su editor– Josep Vergés, quienes a través de casi cuatro décadas de papel y tinta han plasmado mucho más de lo que a priori puede leerse. El telón de fondo de los temas que abordan en dichas cartas es una escenografía con claroscuros, que entraña peligros no sólo para la obra tanto de uno como del otro, sino en cierta medida para sus propias vidas.
Buscadores de claridad en un momento histórico brumoso, auténticos en el teatro de máscaras que fue la sociedad española del franquismo, y bajo la constante vigilancia inquisitoria de la censura, ambos plasman en cartas un intercambio de sensaciones y pareceres en momentos muy difíciles, en los que editar era una odisea, ya que no sólo había que lidiar contra el implacable tiempo, la imprenta y las inextinguibles erratas, sino contra la censura previa, un aparato represor silencioso pero cruelmente efectivo.
Dos hombres de letras –desde sus respectivas posiciones en el tablero del idioma– que reconstruyen parte de la historia reciente de España, a través de una relación epistolar que comienza siendo puramente formal y profesional, pero acaba cristalizando en una amistad que perdura más allá de los muchos sinsabores y altibajos que tanto la vida como sus profesiones les deparan: el novelista vallisoletano con su preocupación por los gustos del público y la venta de sus libros, el editor catalán con la espada de Damocles de los censores de turno sobre la editorial Destino, y también sobre la prestigiosa revista del mismo nombre, de la cual también era director.
Todo este magma entreteje una historia de relaciones comerciales que se truecan en amistad, un puro formalismo que acaba en un fresco de la historia social y cultural de la España de la segunda mitad del siglo xx. Una historia que necesita, como los buenos vinos, un catador que sepa paladearla antes de emitir un juicio, porque al igual que el líquido de Baco, el libro propone un crescendo que culmina en un clímax de veinte líneas conmovedoras que compendian todo lo que se dijeron y se admiraron mutuamente estos dos seres humanos. Y es en ese final donde encastran esas dos piezas clave del rompecabezas, es determinante para entender parte del mapa cultural de una España muy reciente. Y muy presente.
Julián Chappa

Dos libros de relatos de Juan Francisco Ferré
Desde el vacío

La vuelta al mundo. Jamais, Málaga, 2002, 163 págs., 10 euros
Homenaje a Blancanieves, Ayuntamiento de Málaga, 2002, 74 págs.

Nada se parece tanto a la vida de la nueva humanidad como un reportaje publicitario del cual se ha retirado toda huella del producto anunciado. Con esta cita de Giorgio Agamben, Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) abre el libro de relatos La vuelta al mundo. Ferré es colaborador habitual de revistas especializadas y publicaciones culturales, tanto en papel como en el ciberespacio (entre estas últimas, The Barcelona Review). Tiene en su haber otro libro de cuentos, Ajuste de cuentas (1987) y, finalmente, ha colaborado con textos en diversas exposiciones del artista Pablo Alonso Herraiz, entre ellas en I love you Sade.
Como en la cita de Agamben que encabeza el libro, en los veinte relatos de La vuelta al mundo se evidencia la sensación de que falta algo, de que nos han quitado algún elemento que dé totalidad al conjunto. Al leer estos textos, el lector se queda como los personajes: perdido, sin referencias; el “producto” que espera ver al final del anuncio se le ha escamoteado. En su lugar, hallamos una impresión de vacío y confusión, que viene dada por la alienación de unos personajes que no entienden nada, que no comprenden qué es lo que hacen en este extraño mundo de ascensores interminables, autopistas y programas de televisión.
Relatos independientes entre sí, autónomos, pero con numerosas coincidencias y características comunes: todos los protagonistas son individuos solitarios, anodinos y anónimos –no hay ningún nombre propio, tendencia por cierto muy común en la narrativa actual. Seres que viven sus propias aventuras, que en la mayoría de las ocasiones suceden en sus cabezas, fruto de su enfermiza imaginación. Y es que en las sociedades de occidente la única aventura posible hoy en día es la aventura interior, ya no hay sitio para epopeyas o historias épicas, héroes o utopías más o menos inalcanzables.
Una chica que es incansablemente atacada por unos pequeños seres viciosos; una esposa engañada adicta a la televisión; el concursante de un programa de televisión que acierta todas las preguntas; una conductora inexperta que se pierde en la carretera; una limpiadora de oficinas en un siniestro edificio –uno de los mejores textos de todo el conjunto–. Todos estos personajes han perdido sus coordenadas y buscan algo con que llenar su vacío, que en ocasiones se intenta suplir con el sexo: encuentros e intercambios gélidos entre parejas heterosexuales, homosexuales, e incluso entre miembros de una misma familia. Todos ellos saben que no se trata más que de una respuesta momentánea, insatisfactoria, pero, pese a todo, seguirán buscando las respuestas.
Con un lenguaje fluido, rápido, directo, y con un sentido del humor ingenioso, los cuentos se suceden vertiginosamente, aunque el resultado final es desigual. La utilización de la segunda persona, pese a ser un recurso valiente e inusual, resulta a veces forzada. Igualmente, el tono sórdido y desangelado resulta a veces reiterativo, pero constituye un estilo personal, cosa no demasiado común en la literatura actual.
Homenaje a Blancanieves comparte el género con La vuelta al mundo. Pero los cuatro relatos incluidos en este pequeño libro –apenas 75 páginas–, publicado por el Ayuntamiento de Málaga, difieren bastante entre sí, así como de los incluidos en La vuelta al mundo. El que da título al libro cuenta la historia del secuestro de un ministro por parte de un grupo terrorista, y en el que lo trágico de la historia es filtrado a través de un narrador distanciado e irónico. “Elogio de la necedad” –acaso el mejor de los cuatro– cuenta la historia de un cínico periodista de sucesos y su peculiar compañero. “La Edad Media” es un relato descarnado y a la vez desenfadado sobre la decadencia del amor y, finalmente, “La escuela escuálida” plantea dos argumentos independientes que acaban convergiendo.
Se trata pues de un libro con menos unidad temática, de tono y de ambiente que La vuelta al mundo, pero con más momentos de humor, más irónico, con un mayor atrevimiento formal y una mejor elaboración del lenguaje. Todo ello produce un resultado más satisfactorio e interesante, aunque lastrado por las mismas limitaciones que La vuelta al mundo.
Juan Francisco Ferré es, pues, un autor con un estilo característico, algo así como una marca de fábrica, y aunque únicamente con eso no se consigue una obra redonda, estos dos libros de relatos dejan entrever una propuesta narrativa interesante.
Esdres Jaruchik


La historia del jazz
A la espera de la sorpresa

Frank Tirro, Historia del jazz. Trad. de Antonio Padilla, Ma Non Troppo, Barcelona, 2001, volumen I, “Jazz clásico”, 364 págs., 26 ¤, volumen II, “Jazz moderno”, 300 págs., 23 euros
Ted Gioia, Historia del jazz. Trad. de Paul Silles, Turner/Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, 605 págs., 34,90 euros


En un país donde si no fuese por los festivales organizados con dinero público la presencia de figuras de la escena internacional de jazz sería poco más que testimonial, y en el que muchas de las novedades más interesantes del género suelen distribuirse tarde y en dosis homeopáticas –cuando se distribuyen–, no deja de sorprender y alegrar la aparición, con poca diferencia de tiempo, de dos obras divulgativas de referencia destinadas, seguramente, a convertirse en clásicas.
Frank Tirro, profesor de música de la Universidad de Yale, compositor y ocasional clarinetista y saxofonista, expone en los dos volúmenes de su Historia del jazz –el primero dedicado al jazz clásico (de los comienzos al swing) y el segundo al moderno (del bebop a la actualidad)– un continuo cuyos permanentes cambios, evolutivos o no, por un lado están relacionados con la esencia misma del género, y por otro responden a situaciones socioculturales determinadas, y las reflejan.
Lo primero hay que buscarlo en el concepto del jazz como expresión individual en el marco de un proyecto colectivo, lo que supone, en sus palabras, una “democratización de la música”, en la cual los intérpretes “compiten y colaboran” y a la vez “respetan e ignoran” los límites impuestos por el grupo. Lo segundo, en la idea del jazz como forma de expresión de un grupo social asumida por otros, a veces antagónicos, que acaba por constituir un lenguaje universal cuyos límites se expanden hasta hacerse tan difusos como, en ocasiones, irreconocibles. Esto último vendría a definir, según el autor, el actual estado de confusión del género, un estado en el que todo puede ocurrir (y efectivamente ha ocurrido) y cuyo futuro depende, en última instancia, del talento individual de los músicos y su compromiso para con su arte antes que para con la industria del entretenimiento. Lo cual no descarta, todo sea dicho, la esperanza de que aparezca una especie de nuevo mesías en la estela de Ellington o Miles Davis. El final de la Historia de Tirro es, por lo tanto, abierto y optimista.
Ambos volúmenes abundan no sólo en información sobre los distintos períodos y sus protagonistas (en el caso de éstos, demasiado suscinta a veces, por no mencionar varias ausencias flagrantes, como la de Herbie Nichols, por poner un ejemplo), sino que cuentan con una completísima bibliografía y numerosas transcripciones de solos, desde Louis Armstrong hasta John Coltrane, así como útiles guías de audición que, si bien están dirigidas a un lector que posea algo más que rudimentarios conocimientos musicales, permiten un acercamiento teórico que no suele darse en esta clase de obras, así como acceder, siquiera aproximativamente, a los arcanos de la improvisación, es decir la esencia misma del jazz.
En cuanto a Ted Gioia, productor discográfico, compositor y pianista (ha grabado The End of the Open Road, con Larry Grenadier y Eddie Moore), ha escrito un libro brillante y apasionado de algún modo comparable, en su voluntad de vehículo de iniciación, a El jazz, la popular, y un tanto desfasada, historia del género de Joachim Berendt (también publicada por Fondo de Cultura Económica).
Gioia coincide con Tirro en la extraordinaria capacidad de evolución del jazz, cuya raíz hay que buscarla en la habilidad de la tradición musical africana para “asimilar y al mismo tiempo transformar” la herencia musical europea, característica que ha impregnado la mayor parte de las expresiones musicales populares occidentales, desde la música brasilera o caribeña (salsa, cumbia, reggae, calipso), hasta el tango, los espirituales, el gospel o el rhythm and blues, incluidas sus distintas ramificaciones, como el rock, el soul o el funky. El autor sigue con contagioso entusiasmo las distintas etapas del jazz y los contextos socioculturales en que se dieron, y nos ofrece por el camino breves y lúcidos ensayos sobre las figuras principales de cada período. Entre éstos vale la pena destacar, por aspectos que van de lo musical a lo humano, los correspondientes a Charlie Parker, Bud Powell, Thelonius Monk, Charles Mingus o Wynton Marsalis, admirativos y nada complacientes a un tiempo, rigurosos y eruditos sin sombra de pedantería, o los dedicados a protagonistas menos conocidos pero igualmente fundamentales, como Frank Trumbauer o Art Pepper.
Hacia el final de la obra, Gioia señala el peligro que corre el jazz de ser absorbido por su pasado (representado en los “neotradicionalistas”), plantea el dilema en que se halla el improvisador al enfrentarse a la tradición, tanto para rechazarla como para parodiarla, y la dificultad que esto supone a la hora de imaginar nuevas formas de expresión; y apuesta abiertamente por el mestizaje y la fusión de herencias culturales como un modo de regresar a las raíces por otros medios. Y lo hace porque para él el jazz es mestizo por definición, y abarcador e integrador por vocación. Sin embargo, y en esto también coincide con Tirro, resulta imposible saber a ciencia cierta qué sorpresa nos deparará, quizá mañana mismo, una música que a lo largo de cien años se ha mantenido tan viva y próxima al alma de los hombres, y tan dependiente de las pasiones y los sueños de éstos, como ninguna otra, probablemente.
Jonio González


Extranjería

LA PERFECTION DU TIR
(La perfección del disparo)
Mathias Enard
Actes Sud, Paris, 2003
181 págs., 17 euros


¿Cómo acercarse al lado oscuro de nuestra voluntad, a la locura, al placer que puede causar la violencia, la muerte, y hacerlo sin tópicos ni moralinas? Mathias Enard (1972) se ha enfrentado a esta pregunta y ha dado una respuesta fuerte, sin medias tintas. El personaje principal de La perfection du tir, soldado en una guerra civil, francotirador en el sentido más crudo y tan joven que apenas conoce otra vida, es también el narrador de la novela. Así que el lector se las ve, in medias res, con la conciencia de un tipo complejo, frío asesino y fiero combatiente, pero a la vez humano. Un perfeccionista –ya lo dice el título–, fiel a una particular ética del disparo que es además, y sobre todo, una estética del disparo.
Esta sensación de proximidad, en la que se mezclan de forma extraña el miedo, la repulsión y una simpatía que el lector mantiene en estado de alerta hasta la última página, se ve acentuada por el hecho de que se nos oculta el nombre del personaje, la ciudad en que se producen los combates, y cuándo. Todo con un único objetivo: enfocar la guerra en primer plano, fijarse en su mecánica y no en sus razones. No hay, pues, conflicto histórico, sino personal, el drama de un héroe que brega con su madre loca, con la pasión destructiva que siente por una joven huérfana, y que sólo es capaz de encontrar la paz en el disparo, tratando cada vez de superarse a sí mismo, porque él es lo único que importa.
Una primera novela que sorprende por su contundencia, y que pondrá al lector inteligente en un apuro moral.

Robert Juan-Cantavella

THINGS YOU SHOULD KNOW
(Cosas que deberías saber)
A. M. Homes
Granta Books, London, 2003
224 págs., 9,99 libras


La autora de las novelas The End of Alice y The Music of Torching (ambas publicadas en España por Anagrama) vuelve con Things you Should Know al relato. En su antología anterior, hace once años, The Safety of Objects, destacaba el cuento “A real Doll”, donde se narra la peculiar relación sexual de un joven con una muñeca Barbie; su tercera novela The End of Alice se prohibió inicialmente en el Reino Unido por “fomento a la pederastia”: cada publicación de A. M. Homes despierta reacciones contradictorias, del elogio al desprecio, sobre todo por su falta de “conciencia ética”.
La presente antología, reagrupa once cuentos, de los cuales siete fueron publicados anteriormente en revistas como The New Yorker o libros colectivos. Se trata de un resumen panorámico de la narrativa de Homes: angustias suburbanas, sexo más o menos perverso, personajes perdidos que buscan salidas oníricas para sus vidas falladas. En “The Chinese Lesson”, que abre la antología, el protagonista Geordie Harris recorre su barrio buscando a su suegra con un localizador por satélite, gracias al chip implantado en la nuca de ésta; en “Remedy”, una ejecutiva de treinta y cinco años busca refugio en casa de sus padres, que –mala sorpresa– ya no quieren tanto a su hija. Pero el cuento más conmovedor y a la vez escalofriante es sin duda alguna “Georgica”, donde una mujer decide inseminarse a sí misma utilizando el semen de preservativos usados que encuentra cerca de una playa, donde los dejan los jóvenes del pueblo. Como en The Safety of Objects, A. M. Homes se revela una cuentista brillante, de muchísima imaginación e impecable técnica –lo cual confirma (si alguien necesitaba confirmación) que se trata de una de las autoras más interesantes de Estados Unidos.

Stephanie Lemerick


EIN JAHR MIT THOMAS BERNHARD.
Das versiegelte Tagebuch 1972.
(Un año con Thomas Bernhard. El diario sellado 1972)
Karl Ignaz Hennetmair
BTB Verlag, Münich, 2003,
590 págs., 15 euros


Es siempre un placer, cuando la reedición de un libro en un formato más accesible permite volver a escribir sobre el inmenso escritor austriaco Thomas Bernhard. Desde su muerte en 1989, se han multiplicado los homenajes entorno al autor de Auslöschung (Extinción) o Amras, ya sean libros de conversaciones y entrevistas, como el de Kurt Hoffmann (Conversaciones con Thomas Bernhard), o biografías, como el muy documentado y conciso libro de Joachim Hoell (Thomas Bernhard). Pero la suma de Karl Ignaz Hennetmair (1920) no tiene nada que ver. Primero, porque no se trata de un estudio literario, sino de un diario, y segundo porque su autor no es escritor, sino agente inmobiliario: Hennetmair fue a la vez el vecino, el amigo e incluso un poco el secretario de Bernhard en Austria.
A lo largo de estas seiscientas páginas, Hennetmair cuenta un año clave de la vida de Bernhard, el año del escándalo de Der Ignorant und der Wahnsinnige (El ignorante y el demente) en Salzburg. Lo cuenta de forma muy precisa, con muchísimos detalles, como si el protagonista de una novela del mismo Bernhard saliese de la ficción para ponerse a su vez a escribir sobre su creador, fríamente, sin piedad –y Bernhard no sale muy bien parado de esta descripción. Pero igual como sobresalen sus personajes, también lo hacen sus defectos: ambicioso hasta límite de lo tolerable, duro, casi asocial y egocéntrico. Una desconcertante pero imprescindible aventura dentro del mundo (antipático) de un escritor genial.
Bernd Köditz