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enero
2004
Nº 109

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¿Qué hay de malo
en lo bueno?
Mihály Dés
Con motivo de su décimo aniversario, El Ángel,
suplemento cultural del periódico mexicano Reforma, invitó
a varios intelectuales a hacer una valoración de los últimos
años en política y cultura, y a lo largo del mundo. A Mihály
Dés le fue asignado el caso español, un caso paradójico
en que la bonanza de la superficie esconde un fondo menos espectacular.
Si se le da crédito a Lev Nikoláievich Tolstoi
y se acepta que los matrimonios felices son dichosos siempre de la misma
manera y los infelices, en cambio, lo son cada uno de un modo distinto,
cualquiera puede constatar que en la cultura, que es un asunto aún
más complicado que la vida conyugal, siempre está asegurada
la máxima variedad.
Ahora bien, ¿de qué manera particular es infeliz la cultura
española de los últimos años? ¿En qué
consiste su malestar? Aunque suene a puro efectismo, yo diría que
peca precisamente de una excesiva felicidad. Parafraseando un dicho cubano
prerrevolucionario ("lo bueno que tiene esto es lo malo que se está
poniendo"), me atrevo a sugerir que el mal de la actual cultura española
está en lo bien que se ha puesto.
Que le va bien, no hay quien lo niegue. Ni siquiera yo, que pretendo demostrar
lo contrario. ¿Cuál es el problema, entonces? ¿Por
qué calificar de fracaso tamaño éxito? De acuerdo.
No hablaré de fiasco. Constato, simplemente, que el éxito
suele tener su precio. Sobre todo si llega demasiado rápido. Apenas
hace unas décadas España fue una tierra baldía culturalmente
apagada, pobre y provinciana, muy por detrás, incluso, de varios
países latinoamericanos. Hoy es una democracia próspera,
el miembro con mayor crecimiento económico de la Unión Europea.
España y Latinoamérica
No hay ejemplo más ilustrativo de este cambio que el mercado editorial,
en que la lengua común que nos separa permite una instructiva comparación.
Buena parte de los míticos sellos latinoamericanos (Sudamericana,
Paidós, Losada, Grijalbo, Emecé
), varios de ellos
fundados por exiliados de la Guerra Civil, están hoy en manos de
grupos españoles o de filiales ibéricos de holdings multinacionales.
A su vez, todas las editoriales españolas de peso tienen sucursal
y/o distribución en América Latina, cosa que no ocurre al
revés. Las casas latinoamericanas no distribuyen sus libros en
España o, cuando lo hacen (caso de Fondo de Cultura Económica,
por ejemplo), parece una operación secreta cuyo objetivo es no
llamar la atención de los irritables nativos.
Esta situación tiene consecuencias económicas muy desiguales
para las dos partes, pero no tiene por qué perjudicar en lo cultural.
Sin embargo perjudica, y -de acuerdo con la lógica asimétrica
de la globalización- ese suministro monopólico español
más que abrir espacios, crea compartimentos estancos.
En su día el kulturpolitik del imperio soviético establecía
tres tipos de obras artísticas: la prohibida, la tolerada y la
apoyada, siendo esta última la oficial. La política de marketing
de las editoriales españolas, asimismo, ha creado tres categorías
para sus libros latinoamericanos: los de exclusivo uso local; aquellos
cuya edición autóctona merece una timorata distribución
en algunas librerías de España; y las obras de los autores
internacionales, publicadas a bombo y platillo también en España.
Para llegar a la selección internacional, como mínimo, hace
falta escribir un best seller. Desde los tiempos del boom, lo han logrado
principalmente autores del perfil literario de Isabel Allende, Ángeles
Mastretta o Luis Sepúlveda. Editoriales como Anagrama, que apuesta
con el mismo ímpetu por todos sus autores, sólo confirman
la regla.
Por otra parte, gracias al inestable mercado latinoamericano, España
es uno de los mayores productores de libros del mundo, disputándose
el cuarto lugar con Francia. Tomando en cuenta el período analizado,
en 1993 se publicaron 39.000 títulos; en 2000, unos 58.000 y, actualmente,
cerca de 70.000. Eso sí, cada vez con menor tirada. 70.000 títulos
al año corresponden a unos 5.800 libros al mes, 1.340 a la semana,
y 192 al día. Restemos lo que se edita en catalán (15%),
en vasco (2,2) o gallego (2,3); quitemos lo que es reedición; obviemos
lo que es libro de texto, científico, técnico, gremial,
ilustrado o infantil; olvidemos los que son catálogos o publicaciones
comerciales
Aún quedan unos 30-40 títulos en principio
legibles y reseñables para cada uno de los días del año,
incluidos los feriados. En semejante situación, sólo un
milagro y las editoriales más potentes pueden asegurar cierta presencia
en las librerías, los medios de comunicación y el corazón
de los lectores. Casualmente, estas editoriales cada vez más suelen
pertenecer a los grandes grupos.
La concentración editorial llegó con notable retraso a España
pero, tal vez por esto mismo, se impuso con vigorosa urgencia. Hoy en
día más o menos el 70% de la producción está
en manos de seis grupos. Entre ellos el Planeta que, con más de
50 sellos (incluidos enciclopedias, productos multimedia y fascículos
que se venden en los quioscos) domina el 25% del mercado.
Que no se me interprete mal: mis reparos a la concentración editorial
no son de orden ideológico, sino estético. La economía
de una gran empresa necesita una producción masiva, sostenible
sólo mediante libros de fácil consumo. Para manejar este
proceso industrial, se requiere un buen gestor (un gerente, un jefe de
marketing
) y no un editor artesano y escrupuloso. Esto es así
aun cuando la producción de varios sellos de dichos grupos pueda
considerarse meritoria (Alfaguara, de Prisa o Seix Barral, de Planeta),
innovador (Mondadori, de Randomhouse-Mondadori) y hasta exquisito (Galaxia
Gutenberg, de Bertelsman).
Es cierto que en esta última década han nacido muchas editoriales
pequeñas, pero también lo es que la inmensa mayoría
de ellas ha perecido o que tiene una existencia agónica. Tampoco
les ha valido descubrir a autores de gran interés o, incluso, de
éxito. Como en el fútbol, los equipos pobres sólo
sirven de cantera para los clubs de la Champions League.
En todos estos años, tan sólo una editorial se ha sumado
a los históricos sellos independientes -Anagrama, Tusquets, Siruela-
que se mantienen airosos en primera línea del fuego: Salamandra,
una escisión de Emecé, entre cuyos múltiples aciertos
figuran Sándor Márai y Harry Potter.
Los grupos fabrican más barato, dominan las librerías, dictan
en distribución, disponen de recursos para la promoción
y, además, a menudo tienen que ver con algún medio de comunicación.
El ejemplo más completo lo ofrece el Grupo Prisa, un imperio mediático
que tiene, entre otros, el diario más leído (El País),
el suplemento cultural más influyente (Babelia), canales de televisión,
revistas varias, una cadena de librerías (Crisol) y un holding
editorial (Santillana, con sellos como Alfaguara, Taurus o El País-Aguilar).
Ustedes seguramente ya han adivinado que los libros de dicho grupo no
quedan del todo desatendidos en sus propios medios de comunicación.
Frente a esta supremacía del marketing, tenemos los ejemplos edificantes
de la consagración nacional e internacional de autores como Enrique
Vila-Matas, Roberto Bolaño o Javier Marías. Resulta sintomático,
sin embargo, que los tres narradores más grandes que han surgido
en España después de Marsé, Benet y Goytisolo tuvieran
un reconocimiento tan tardío y tortuoso. Hasta los cuarenta y tres
años, cumplidos en 1996, Bolaño fue mucho menos que un escritor
marginado. Vila-Matas, una referencia ineludible en México o Argentina
desde los ochenta, hasta hace poco ha sido un modesto autor de culto en
su patria. Y, en cuanto a Marías, llegó al estrellato cuando
el crítico alemán Reich-Ranicki lo declaró uno de
los mayores prosistas del siglo.
Siguiendo con los aspectos positivos, tenemos varios importantes eventos
culturales al aire libre, como el día de Sant Jordi en Cataluña
y la Feria de Libros en Madrid. Son auténticas fiestas del libro,
con las multitudes empujándose delante de los estands en un hermoso
día de primavera. Tal vez como previsión a las dificultades
de movimiento, en todas las casillas exhiben exactamente las mismas obras,
menos en los puestos de algún partido radical o secta. Pero no
importa, al menos se vende una ingente cantidad de libros. El día
de Sant Jordi, por ejemplo, representa el tercio de la facturación
en Cataluña. Lo que no se sabe con exactitud es cómo se
reparten los dos tercios del consumo libresco en los restantes 364 días.
Se sabe, en cambio, qué es lo que se vende en estas populosas ocasiones:
lógicamente, las obras de los famosos. No tienen que ser escritores,
y los más vendidos efectivamente son presentadores de televisión,
locutores de radio, meretrices, personajes mediáticos
Y cuando
se trata de escritores profesionales, suelen ser de la estirpe de Antonio
Gala, el más cursi de los autores ibéricos.
Círculos cerrados
El mismo proceso se observa en las otras disciplinas. Existe en España
una docena de festivales de jazz, pero más que propuestas individuales
parecen las estaciones de una misma gira que, además, se repite
cada año. Diecisiete llevo en este país y, descontando los
decesos, veo anunciar siempre a los mismos músicos, desde los inevitables
cubanos hasta Chick Corea, Ian Garbarek y otros monstruos sagrados del
género. Parece la escenificación jazzística del eterno
retorno.
De la misma manera, o sea, sin apuestas, y sobre todo sin trascendencia,
suceden los numerosos festivales de cine. La excepción sería
el de San Sebastián, que si bien ya no constituye una referencia
internacional, mantiene su glamour, ahora al servicio de la producción
cinematográfica nacional.
En artes plásticas, mientras que se ha puesto de manifiesto la
crisis del sector, sobre todo en lo que a las galerías se refiere,
emprendieron su marcha triunfal las megaexposiciones mediáticas.
Siguiendo una fórmula exitosa de Nueva York, Londres y París,
el buen trabajo de marketing ha convertido en eventos sociales de consumo
casi obligatorio algunas exposiciones realmente espectaculares, gracias
a las cuales, el público español ha podido por fin conocer
-a cambio de una cola de varias horas- a pintores como Velázquez
o Goya. Incluso, la mera existencia de un original edificio, el Guggenheim
de Bilbao, ha provocado una peregrinación multitudinaria a una
ciudad adonde nunca nadie iba antes por motivaciones estéticas
o turísticas.
Las grandes promesas de los noventa (el Reina Sofía de Madrid,
el IVAM de Valencia, el MACBA de Barcelona
) han perdido fuelle y
personalidad. El primero de ellos, por ejemplo, ofrece tan novedosas muestras
en la presente temporada como las dedicadas a Rafael Alberti, Juan Gris
o Tàpies. También aquí el sector privado ha tomado
las riendas y las exposiciones más arriesgadas han sido organizados
por fundaciones de bancos y grandes empresas, entre las cuales destaca
la Fundación La Caixa y la de Telefónica.
Asimismo, en el terreno del teatro y la danza, el general apocamiento
se combina con lo grandioso y mercantil, salvo excepciones honrosas, sobre
todo en el flamenco y sus fusiones. Los grandes festivales no tienen ninguna
trascendencia internacional. El Festival de Otoño de Madrid es
un vistoso pupurri, y el Grec, de Barcelona, representa una confusa mezcla
entre lo comercial frustrado y lo elitista epigonal
Lo que es de lo que parece
Tiene un gran valor simbólico el hecho casual que los acontecimientos
que podrían ofrecer el marco referencial de estos diez años
son, por un lado y en 1992, las Olimpiadas de Barcelona, La Expo de Sevilla
y el V Centenario del Descubrimiento de América, y por otro, el
Fórum Universal de las Culturas de Barcelona, que se organizará
en 2004. La diferencia entre estos eventos de carácter festivo
y popular marca la tendencia de la época. Independientemente de
la opinión que pueden merecer los festejos del 92, todo el mundo
sabe de qué iban y qué finalidad tenían. Al contrario,
aún nadie ha logrado descifrar cuál es el contenido del
Fórum 2004, a pesar de los costosos esfuerzos de sus organizadores
para comunicárnoslo.
Este acontecimiento, que se anuncia como algo nunca visto y es financiado
por tres administraciones antagónicas (el ayuntamiento socialista,
el gobierno catalán nacionalista y el gobierno español derechista),
constituirá un hito en la cultura de la posmodernidad. Su presupuesto
admitido es de 327 millones de euros, o sea, de veras algo nunca visto.
Entre sus ofertas estrellas figuran el Mesías de Händel dirigido
por Rostrópovich, una puesta en escena de Peter Brook y la exposición
del ejército de terracota chino. Por más extraordinarios
que sean, los mencionados artistas veteranos son asiduos de los escenarios
españoles. Los guerreros chinos de barro, ciertamente representan
una novedad, aunque por la misma inversión podrían traernos
las pirámides de Teotihuacán. También gustarían
mucho al público de Barcelona.
En cualquier caso, ninguno de estos tres espectáculos de presupuesto
desorbitado tiene mucho que ver con los presupuestos ideológicos
del Fórum, que también los tiene, y que se fundamentan en
tres sólidos ejes: Paz, Tolerancia y Sostenibilidad. Además
de ofrecer, pues, múltiples atracciones, se organizará una
serie de eventos para justificar tan nobles objetivos. Así, por
ejemplo, habrá una reunión de premios Nobel a favor de la
Paz. Esto es, dependiendo de los honorarios que se les ofrezca, un grupo
todavía indeterminado de galardonados acudirá a Barcelona
para declarar solemnemente que, en un principio, prefiere la paz a la
guerra.
Como pueden apreciar, este gran evento (que muchos perciben como una camuflada
operación urbanística para mejorar, y también encarecer,
un depravado barrio costero de la ciudad) no es una feria cualquiera,
sino un modelo para el futuro. En estos diez años, el hedonismo
consumista ha encontrado su media naranja en la corrección política.
Sin que la agit-prop dejara de ser la rama más creativa de la ideología,
hemos llegado al umbral de una época en que la ideología
pasa a ser una rama del marketing. No se trata del peor de los mundos
posibles, aunque sí de uno de los más banales. Peores fueron
casi todos, empezando por el franquismo. Pero en aquella época
había, al menos, alguna esperanza; la gente se consolaba pensando
que no podía haber nada peor. Ahora, en cambio, se resigna a que
difícilmente habrá algo mejor. Es una situación extraña
que, con tantas cosas al alcance, invita a abandonarse al desasosiego.
Suerte de aquella graciosa frase cubana, capaz de levantar la moral hasta
en los mejores momentos: "lo bueno que tiene esto es lo malo que
se está poniendo".
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