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marzo
2002
Nº 87

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La nueva sexualidad (1)
Mihály Dés
Caca, culo, teta... Algo ha cambiado en la ciudad.
Se percibe un frenesí, un aire de desenfreno. ¿Será
la nueva sexualidad? ¿El erotismo posmoderno? ¿Se han acabado
el régimen impuesto por el sida? Después de un riguroso
estudio, el autor se dispone a analizar el fenómeno. Que nadie
saque conclusiones apresuradas. El sexo es un plato que se sirve frío.
Las dos tías frente al colegio de los jesuitas
no parecían busconas; tenían más bien un distinguido
aire lánguido. Pero ahí no cabía ni asomo de duda:
estaban tocándose de lo más lindo. Una de ellas la
más agraciada y, acaso, lánguida, tenía los
senos al descubierto. Pechos de color, forma, tamaño (y ¿quién
sabe?, a lo mejor también de sabor) melocotón. Con una sonrisa
apenas perceptible de mala malvada, la menos hermosa (aunque también
exquisita) estaba metiéndole mano. Una. Porque la otra desaparecía
de donde todos venimos y donde muchos, y por lo visto muchas, quisiéramos
desaparecer sin cesar. Pero eso ya no era accesible a los profanos. El
cartel de las dos beldades de estilo art nouveau haciendo de lesbianas
se cortó vilmente a la altura de la cintura. Una vez más,
la censura campó a sus anchas.
No niego que al principio estaba yo algo desconcertado
y no sabía si se trataba de una manifestación anticlerical,
una revindicación gay-lesbiana o una reforma del plan de estudios.
Al seguir mi caminata hacia la boca del metro descubrí que toda
Barcelona estaba enarbolada con esa imagen de sofisticado erotismo y que
detrás de la escenificación de la vieja fantasía
machista no había intenciones políticas, pedagógicas
o siquiera sexuales, sólo artítisticas: se trataba del anuncio
de una exposición auspiciada por una instituición financiera
con moral a prueba de atracos.
A pesar de esas evidencias de neutralidad, no pude reprimir
cierta excitación y alegría. Mi impresión de que
una silenciosa revolución sexual había tenido lugar en la
ciudad (o, a lo mejor, en todo el país) se reforzó al bajar
a las tinieblas del metro. En el andén, a la altura de la cabeza
agachada de un homeless, se desplegaba un formidable culo femenino dos
veces del tamaño natural.
Culocéntricos y tetacéntricos
He dicho culo y no estoy dispuesto a recurrir a eufemismos.
Al pan, pan, y al culo, culo. Y en el caso que nos ocupa no valen medias
tintas, ni traseros o posaderas. Como ustedes sabrán, los hombres
nacen culocéntricos o tetacéntricos. El ejemplar que se
exponía detrás de la torturada cara del sinhogar era de
los que son capaces de hacer cambiar de bando a un tetacéntrico
recalcitrante: majestuso, pletórico, prepotente y, no lo olvidemos,
completamente desnudo. Bueno, había una cinta finita que salía
de profundis para acentuar más sus insondables honduras.
Así que es cierto, me dije en un desmayo, y mi
suspiro fue tan hondo que competía con la parte invisible de la
cinta: se ha desatado una fiebre erótica; Barcelona es una fiesta,
un frenesí, y tenemos culos y tetas o lo que usted prefiera
al alcance de todos los ciudadanos y ciudadanas.
Al salir del metro y cruzando Gran Vía, me topé
con otro culo espectacular. Estaba pegado en la parada del autobús.
El del andén era tipo yegua; éste, más apaisado,
tipo guitarra, como una flor a punto de abrirse. De hecho, estaba bastante
abierto. De ese también salía una cintita por arriba. Me
sentí como un rebelde del Bounty. Quiero decir, tan feo, blancuzco
y torpe, ya que, por el momento, nadie acudió a recibirme con corona
de flores. Pero yo sabía que algo había cambiado, la autorrepresión
sexual de la era del sida ha sido relevada por un desenfreno colectivo.
No podía quedar por debajo de los desafíos de mis tiempos.
Con pasos decididos me encaminé hacia la Universidad.
Mi clase se desarrolló sin sobresaltos eróticos.
Dada mi avanzada edad, la cosa no iba a ser conmigo, pero tampoco veía
juegos furtivos entre los estudiantes. Volviendo a lateral, sometí
a una escrupulosa observación a todo el personal. Tampoco se notaba
nada. Emprendí, entonces, un macroestudio sobre el tema en cuestión.
Me sometí a anuncios televisivos de alto voltaje sexual. Me expusé
a la imagenería erótica que marca las rutas del transporte
público. Soporté estoicamente el reality peep-show de las
playas. Ya nunca podré apartar de mi mente la imagen de una gigantesca
alemana entangada en una cola para el helado: un enorme culo de plato
temblando suavemente delante de mis narices y mostrándome, con
pelos y señales, los hoyuelos de celulitis.
Aunque todavía queda mucho por estudiar sobre la
nueva sensibilidad sexual, ya puedo adelantar algunos datos relevantes.
El primero es que, a pesar de las lujuriosas apariencias, no pasa absolutamente
nada. No se fornica más, ni las cópulas han llegado a ser
más disolutas. Según los datos procesados, ni siquiera se
coquetea con mayor desparpajo. Más bien al contrario. No es un
dato estrictamente científico, pero es como si el exhibicionismo
preponderante hubiera inhibido aún más a la población
sexualmente activa, de la misma manera que las playas nudistas cortan
en seco toda galantería libidinosa.
Si el primer artículo del nuevo código sexual
afirma que en realidad no pasa nada, el segundo asevera que nada tiene
que ver con nada. Si comparamos la referida jalea germánica con
la dolorosa perfección de los exóticos culos promocionados
en la xarxa de los transportes públicos, vemos que coinciden sólo
en su ostentosa inevitabilidad. Nunca el abismo entre la estética
real e ideal ha sido más grande, jamás el sueño inventado
por otros se ha convertido tan voluntariamente en una pesadilla cotidiana.
Con esto hemos llegado al previsible momento de enlazar
el fenómeno con los grandes intereses económicos y la dictadura
de la moda, causante de complejos incurables, anorexias ahorrativas y
liposucciones impropias. Cómo no. Pero lo obvio no quita lo valiente.
Dudo que el lésbico cartel de la exposición mencionada tenga
un fin comercial parecido al de un anuncio de coche, en el que la despampanante
Claudia Schiffer sufre un saludable orgasmo al chocar su vehículo.
Pero, incluso en este caso, ¿cuál es el astuto y manipulador
mensaje subliminal? ¿Si te das un buen tortazo tendrás a
Claudia de recompensa? ¿Con el coche anunciado hasta los accidentes
son como un orgasmo?
Sin menospreciar la presión social y económica
a favor de ciertos ideales estéticos, ruego no menospreciar la
capacidad de los ciudadanos para ejercer el libre albedrío. Si
se espera de ellos que escojan a sus gobernantes, démosles un voto
de confianza en la elección de su dieta o el grosor de sus labios.
De adolescente, el poeta ruso Josif Brodsky encontró la inspiración
sexual en las rodillas de una komsomolska, pero no real sino pintada,
y, sin embargo, permaneció incólume al ideario de las juventudes
comunistas. Amor vincit omnia. La sexualidad puede prescindir de las ideologías,
pero no ocurre al revés. Por eso me resulta más alarmante
esa nueva demanda por la plenitud sexual que la presión de las
marcas o del cuerpo danone. Nunca en la historia ha habido tal insistencia
social en hacer el amor con destreza, en masturbar de manera creativa,
en lograr el orgasmo con quien sea y con lo que sea. ¿Qué
hay detrás de esto? ¿Qué nueva forma de redención
se pretende?
Estoy de nuevo en la parada de Gran Vía. Han cambiado
el culo: igualmente esplenderoso, pero ahora salen florecitas de la hondura.
Dos jubilados están en animada charla. Ni lo miran. Tampoco una
señora de mediana edad. Ni los estudiantes. Ahora me doy cuenta:
aunque estén hasta en la sopa, nadie suele mirarlos, al menos no
públicamente. Pero, como el dinosaurio de Monterroso, el culo sigue
allí. Y si no lo miramos nosotros, él nos estará
observando. Cuidadito, pequeño hermano: a big ass is watching you.
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