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enero
2004
Nº 109

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Industrias
culturales
Diccionario de una década
Néstor García Canclini
Con qué palabras, en qué genero, describir
cómo nos globalizamos? Se dice que una pista para valorar cuánto
ha cambiado el mundo en los últimos diez años es fijarse
en los términos que no existían antes, por ejemplo broker,
compact, esca-near, internauta, teletienda, virus informático.
Voy a detenerme en otras palabras que tal vez iluminen mejor por qué
se ha vuelto difícil seguir narrando la globalización con
tono épico o tecnocrático.
Desórdenes. Hemos pasado de una globalización
económica y tecnológica vista como destino único
del mundo a los conflictos e incertidumbres de una globalización
intercultural que nadie sabe cómo gobernar. En la década
de los noventa el FMI y el Banco Mundial habían convencido a los
gobiernos y los medios de que la apertura económica,
la privatización del patrimonio de cada nación (energía,
petróleo, bancos, aero-líneas) y su entrega a transnacionales,
traerían los únicos beneficios sociales que podían
esperar los postergados de cada país. Los tigres asiáticos
exhibían aún sus saltos milagrosos, y los presidentes Menem
y Salinas, con resultados más modestos, todavía ganaban
elecciones presumiendo ante sus países que los estaban colocando
en el primer mundo.
Seattle, Génova y Cancún son algunas de las ciudades donde
quienes lideran los fracasos de aquellas promesas encontraron difícil
reunirse y llegar a acuerdos. Ya no les basta atrincherarse, porque algunos
gobernantes que participan en las negociaciones (de Argentina, Brasil
e India) también cuestionan el modo actual de globalizarnos. Muchas
otras ciudades se han vuelto escenarios del descontento y la inseguridad:
aun quienes no tienen torres derrumbadas, ni terrorismo o secuestros diarios,
no saben qué hacer con tantos millones de turcos en Berlín,
musulmanes de tantos países en Londres, París y Roma, sudamericanos
en Madrid y Barcelona, cubanos, colombianos, mexicanos, peruanos y salvadoreños
en California, Florida y Nueva York.
Las tres formas básicas de la globalización comunican ampliamente,
pero también producen desarreglos generalizados: el dinero y las
mercancías circulan sin reglas claras; los migrantes desestabilizan
las relaciones entre territorio, cultura y naciones; y los medios masivos
informan a todos, simultáneamente, de las incertidumbres ingobernables.
Diversidad. Los periféricos se mudan porque sus
países fueron despojados porlos saqueos de las transnacionales,
y suponen con sensatez que los beneficios deben estar en el norte. Esperan
acceder a una parte, aunque sea vendiendo mercancías prohibidas.
Aun los migrantes que tratan de integrarse correctamente son tan numerosos,
comen y visten de maneras tan distintas, que han vuelto inservibles todas
las definiciones de Occidente.
Creció tanto la diversidad generada por la globalización
que ésta ya no se puede confundir con la uniformidad que se le
atribuía. Ni en México, ni en Madrid, ni en Buenos Aires,
la multiplicación de McDonald's o la difusión de CNN va
convirtiendo a las multitudes al american way of life. Los dueños
del comercio mundial generan sentimientos muy variados: admiración,
rencor, opciones alternativas y a veces indiferencia. Después de
una o dos décadas de expansiones globalizadas, en todas esas ciudades
hay más restaurantes sushis y otros asiáticos, latinoamericanos
o tex-mex que McDonald's. Crecen las opciones de televisión por
cable, no sólo de canales en inglés. Es difícil sostener
la diversidad: caen editoriales, productoras de discos y de películas
en los países periféricos, aun en los más desarrollados
(Argentina, Brasil y México). Pero nada permite pensar que el mundo
va hacia comidas de un único gusto. La censura y la uniformidad
posteriores al 11 de septiembre fueron bastante eficaces en Estados Unidos,
pero en el resto del mundo y en internet se multiplican las voces. Las
televisoras y radios amplían nuestro horizonte con analistas discrepantes
de todos los continentes. En París anuncian un canal para que sea
"la voz de Francia en el mundo", y dicen que eso significa ser
capaz de "competir con CNN, BBC World o Al Jazira". Desde universidades
estadounidenses y europeas, premios Nobel de economía, como Stiglitz,
dejan de asesorar al Banco Mundial y proponen rumbos alternativos. "El
otro, ayer, era diferente, pero alejado. Hoy es también diferente,
pero omnipresente en el televisor del comedor como en el extremo de las
redes", escribe Dominique Wolton. La cuestión ya no es cómo
homogeneizar a los extraños sino cómo comprenderse, o soportarse.
Sigue habiendo bushes y giulianis, y no faltan gobernantes de otros países
que los llamen para poner orden. Políticos que prefieren actuar
como gerentes insisten en que los planes económicos y los programas
de investigación (policial y científica) hay que comprarlos
en las metrópolis. También fracasan quienes reaccionan a
esas subordinaciones inútiles buscando -todavía- alguna
pureza autóctona, una sabiduría preglobalizada local que
nos redima. Como si pudiéramos regresar de la globalización
a algún edén que no sea multicultural e inequitativo.
Este mundo que se mundializa, tan disparejo y erizado de guerras, es el
único que tenemos: necesitamos cohabitar con los diferentes, reinventar
la educación para que la escuela se articule con la televisión,
internet y los otros recursos que pueden ayudarnos a entender y orientarnos.
Sería más fácil para los países latinoamericanos,
unificados bajo dos lenguas, que en la Unión Europea dividida entre
veinte. Tenemos bastante éxito exportando músicas, telenovelas
y literatura: ¿no será posible ponernos de acuerdo para
que nuestros libros y películas circulen fluidamente entre nuestras
sociedades, para contar con un canal continental público que sea
el equivalente de Al Jazira al representar nuestras opciones e intereses
regionales?
Enmascarados. La televisión satélite, los
teléfonos celulares y los extraños que se meten en nuestro
e-mail dan la sensación de que pueden localizarnos y enviarnos
mensajes todo el tiempo. Pero los desplazamientos incesantes vuelven difícil
adivinar desde dónde nos hablan y quién nos habla. El incremento
multipolar de informaciones trajo la libertad de la deslocalización,
pero también trampas e indefiniciones identitarias.
Guillermo Bon Bonzá, doctor en educación de la Universidad
Autónoma de Barcelona, envió a varios congresos tres ponencias
con nombres falsos, párrafos plagiados e insultos racistas escondidos
en citas en alemán. Una de las comunicaciones la firmaba Hans Heidelberg,
supuesto profesor titular de la inexistente Universidad Politécnica
de Mönchengladbach. Al desvelar su trampa, dijo que los trabajos,
aceptados por comités de especialistas y editados en los CD-ROM
de tres universidades importantes, revelaban los teatros inverosímiles
en que se han convertido las ferias internacionales de vanidades académicas.
Se multiplican últimamente los ejemplos que revelan los riesgos
de confiar demasiado en los mercados, incluso en los mercados de bienes
científicos. Aun en las empresas transnacionales más nombradas
del mundo editorial. En octubre de 2000 una lectora de la novela Sabor
a hiel, con la cual la locutora televisiva española Ana Rosa Quintana
se estrenaba en la literatura, reveló que muchas páginas
de ese relato estaban copiadas de Álbum de familia, de Danielle
Steel, y otras del libro de Ángeles Mastretta Mujeres de ojos grandes.
Sorprendida por el descubrimiento, la "autora" intentó
justificar el plagio
diciendo que los párrafos importados
habían caído en su relato "por un pro-blema de inexperiencia,
un error
informático y un fallo de los documentalistas". ¿Documentalistas?
En el mundo editorial suele hablarse de negros al referirse a quienes
trabajan anónimamente para que un supuesto literato firme, "práctica
generalizada -según el diario El País- en el salvaje mercado
del best seller".
La cuestión va más allá de esta novela editada por
Planeta y otras semejantes en distintas editoriales. Juan José
Millás pregunta: "¿Por qué una locutora famosa
no puede alquilar su nombre para vender un folletín? También
el Rey y el presidente del Gobierno firman discursos que les escriben
otros sin que nadie se escandalice. ¿Por qué pedirle a una
presentadora de televisión más que a un Jefe de Estado?"
La comparación entre una trampa editorial, una táctica publicitaria
y un modo de producción delegada de los discursos políticos
configura al final un mundo en el que no sabemos cómo diferenciar
a los que producen de los que simulan. El entusiasmo posmoderno ante los
sujetos ficticios, por el carácter construido de las identidades,
no se justifica del mismo modo en contextos lúdicos o de riesgo.
¿Puede existir sociedad, es decir pacto social, si nunca sabemos
quién nos está hablando, ni escribiendo, ni presentando
ponencias?
Piratas. Desde los años noventa del siglo pasado,
cuando cinco empresas transnacionales se apropiaron del noventa y seis
por ciento del mercado mundial de música (las majors EMI, Warner,
BMG, Sony, Universal Polygram y Phillips), estas compañías
compraron pequeñas grabadoras y editoriales de muchos países
latinoamericanos, africanos y asiáticos. Por ejemplo, en Brasil
toda la obra de Milton Nascimento, registrada en los años setenta
por la editora Arlequim, pertenece ahora a EMI. Por eso, una de las más
célebres canciones brasileñas, Travesía, "cambió
de nombre y se llama Bridges, y sus autores pasaron a ser Milton Nascimento
y Give Lee, que la tradujo al inglés", según relata
José Jorge de Carvalho. Hay casos aún más graves:
docenas de grabaciones editadas por la Discos Marcus Pereira -resultado
de una extensa investigación de campo y registro sonoro etnográfico
de géneros tradicionales brasileños- fueron vendidos con
todo el acervo de esta compañía a Copacabana Discos, la
cual después fue comprada por EMI, posteriormente vendida a Time
Warner, y luego adquirida por AOL. Hasta Heberto Paschoal, uno de los
músicos más innovadores de Brasil, para toca sus obras en
conciertos tiene que pedir permiso a una de las majors si no quiere caer
en la ilegalidad de ser denunciado pirateándose a sí mismo.
Secretos. Las dudas sobre quién nos habla no se
acaban en las falsificaciones. Hasta los años setenta íbamos
a ver películas de Visconti o Antonioni, Trufaut o Wajda, Buñuel
o Glauber Rocha. Luego, nos fueron convocando a ver filmes de Reagan y
Schwarzenegger, y fue volviéndose difícil distinguir entre
la pantalla y la política, entre los que piensan, gobiernan o actúan.
Hasta en las artes colectivas, como el teatro, la música orquestal
y el cine, "artes de cooperación" como las nombró
Howard S. Becker, había un director de la película o del
espectáculo que se hacía responsable. Después de
buscar inútilmente nombres de directores conocidos en los anuncios
de películas hollywoodienses, me queda una larga incertidumbre.
¿Quién es el autor? Ningún deconstruccionista ha
hecho tanto para volver insignificante esta pregunta como los carteles
publicitarios de página entera en los diarios que despliegan enormes
fotos de espías, "bad boys", "guardadoras de secretos"
y "duros de matar", a cuyo pie firman www.columbiapictures.com
y www.sony.com. Me gustaría identificar algún nombre personalizado
que se comprometa con el producto para anticipar los riesgos cuando vuelva
a encontrarlo. Cada vez más el mundo (no sólo las artes
y la ficción) funciona así. ¿Dónde están
las oficinas de las empresas responsables de los cortes de luz durante
días enteros en Nueva York, en California o en toda Italia? ¿Quién
se llevó los fondos de pensiones que acumulamos toda la vida? Dicen
que después del Terminator elegido gobernador en California, seguirá
Mickey Mouse: en vista de saber a quién reclamar, ¿habrá
diferencias? "Nuestras líneas están ocupadas; lo atenderemos
en un momento", dice una voz grabada cuando queremos pedir una información
o expresar una queja. Cada vez es más arduo encontrar a un fabricante
que venda el producto, incluso al mismo empleado que nos lo vendió
o nos dio una información. Detrás de los empleados que rotan
de una empresa a otra, de las voces anónimas que se reemplazan
según el azar de los turnos, hay "cadenas" de tiendas,
"sistemas" bancarios, "servidores" de internet. Cuando
algo no funciona es porque "se cayó el sistema" o "se
desconectó el servidor". La tecnologización de los
servicios, aliada con la precarización laboral, propicia que los
sujetos individuales y colectivos se disipen. A quienes les clonaron recientemente
las tarjetas en los cajeros de Banamex y Bancomer, con alarde de impunidad
(según los bancos porque "el gobierno se niega a pagar los
custodios"), les dicen que si quieren ver los videos con la filmación
de las sucursales donde les robaron deben pagar doscientos pesos por cada
uno. Y si deseamos ver los videos de las sesiones de directorio de esos
bancos, ¿cuánto cobrarían si se trata de los directorios
nacionales y cuánto por los de las oficinas centrales, aquellos
que realmente toman las decisiones en Nueva York o en Madrid? Un escritor
que todavía firmaba sus obras teatrales, Bertold Brecht, le hizo
preguntar a un personaje: "¿Qué diferencia hay entre
quien roba un banco y quien lo funda?" No sólo los bancos,
toda la economía se ha vuelto una rama de la literatura policial.
Informaciones confidenciales sobre movimientos de bolsa, cuentas secretas
y numeradas, financiamientos sospechosos en las campañas políticas,
votantes estafados. "La fuga de capitales", dice Ricardo Piglia,
"es una metáfora perfecta del terror actual".
'Wash and wear'. Pocos gobernantes han logrado escapar
a la responsabilidad de sus desarreglos, con simulaciones de identidad
como la de Fujimori, el ingeniero que llegó a la presidencia de
Perú como figura incontaminada porque "nunca había
sido político" y huyó a Japón amparándose
en su otra nacionalidad. Como Menem y Salinas, agente doble o triple en
intrigas que los ciudadanos, como todas las víctimas, siempre descubrimos
tarde. En el año 2000 un grupo comenzó a reunirse en la
Plaza Mayor de Lima, frente al Palacio de Gobierno, para lavar la bandera.
Todos los viernes, a partir de mediodía, con agua limpia, bateas
rojas y jabón "Bolívar". Se fueron formando colas
y multiplicando las banderas, que eran colgadas para secarse lentamente.
En muchas provincias de Perú, en sus plazas públicas, miles
se sumaron a esta forma de resistencia y protesta. Se lavaron también
uniformes de generales corruptos, togas de jueces mafiosos y hasta banderas
del Vaticano frente a la Catedral de Lima el día en que Karol Wojtyla
dio su misa de recibimiento como cardenal a Juan Luis Cipriani, oscuro
cómplice de Fujimori. Al final de un régimen que manipuló
los medios masivos y trató de fijar a los ciudadanos como espectadores,
el gesto de recuperar símbolos clave en las plazas y reactivar
la participación: rehacer el sentido de lo público en la
nación. Centenares de acciones semejantes -asambleas y cacerolazos
en Argentina, movimientos de los Sin Tierra en Brasil, marchas indígenas
en Bolivia y Ecuador- intentan regenerar el tejido y el sentido social.
En los carteles de esas manifestaciones aparecen los nombres de corruptos
políticos nacionales y las siglas de empresas globalizadas: esa
distancia entre los cercanos conocidos y los culpables sin rostro es el
formato cultural predominante de la globalización. Algunas claves
de esa intriga policial comienzan a aclararse en investigaciones académicas
y foros políticos o sociales, como el de Porto Alegre. La pregunta
que sigue es si podremos organizar mundialmente una sociedad civil capaz
de actuar a la medida de las redes y simulacros de este mercado polimorfo.
No sólo con acciones simbólicas y efímeras. Hay una
vasta agenda de la globalización cultural: proteger la propiedad
intelectual y todos los patrimonios tangibles e intangibles, gestionar
las relaciones interculturales con sentido democrático, dar espacios
y pantallas a la diversidad. La cuestión cultural es, en síntesis,
trabajar con aquello que en la globalización no es literatura policial.
O puede ser reescrito en el mejor estilo de este género, como los
relatos de Borges, Hammett y Hitchcock, más fascinados por las
preguntas que por la destrucción del adversario, por pensar la
complejidad que por imponer el desenlace.
Néstor García Canclini
(México) es investigador, profesor y doctor en Filosofía
por la Universidad de París. Entre otros libros y ensayos ha publicado
Cortázar, una antropología poética (1968), Culturas
híbridas (Paidós, 2001), La globalización imaginada
(Paidós, 2000) y Las culturas populares en el capitalismo (1982).
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