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enero
2004
Nº 109

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Tres
poemas
Mariano Peyrou
He tratado de ser leve
Subo y abro la puerta, estoy
muy inspirado. Aquí
falta algo. Es mediodía,
no tengo ganas de seguir
con el recuento. Los marineros,
los antiguos cazadores, una bizca
preciosa que escapó en el último
escalón, todos sabían manipular
sus barajas. He tratado
de suavizar mis tendencias naturales.
Un animal infalible espera que suene el disparo.
En lo más alto, comienza la carrera.
Boda
Quiero hacer una reserva, como si
pensara que entre ahora y la fecha
no puede ordenarse ni
desordenarse nada. También me gustaría
volver una vez más al calendario, aprovechar
los encuentros casuales, recibir aquellos días
este año.
¿Qué significa nosotros? En el restaurante
dijiste somos dos, y yo pensé que el camarero
contestaría yo soy uno, por el suelo,
bajo alguna de las mesas. Desde entonces no
me concentro en el transporte público, no termino
de entrar en la ciudad. Antes te quejabas
de los pueblos pero no nos iba mal:
lejos de la meta hay motivos para
la esperanza, ahora es orden o
desorden, todo remite a un modelo
tan previo como siempre el amor.
Atentos a no pasarnos de parada,
miramos la lentitud de las nubes,
su doble juego.
Se dice lo que se puede.
La hora verde
A la mañana siguiente seguían bailando
con una fe bella y patética, esperando su oportunidad.
Llovía como siempre. Y esta noche toca
trabajar de nuevo.
Lo que se repite: faltan unos
minutos para empezar, quieres configurar un espacio
más ambiguo, diseñas herramientas vocacionalmente
inútiles. ¿Por si acaso? No, no se trata
de reducir el riesgo. Es una especie de estética.
Dame otras dos.
Ya lo vieron los cínicos, pero lo he vuelto a
descubrir
bajo la ducha. Por otro lado, la mejor
manera de comprender un limón es comérselo
y así lo voy a decir,
a falta de limones.
Tú te quieres ir ya,
¿verdad? No sé qué conclusiones
podemos negociar. Deja que te muestre
las instalaciones y mis árboles.
Lo que podría faltar por Patricia Esteban
Frente a la lectura ensimismada y extremadamente atenta
que parecería requerir lo poético, es en ocasiones una mirada
desconcentrada -leer como pensando en otra cosa- la que nos lleva más
lejos en el poema. Como en la contemplación de esas superficies
en las que mediante una determinada destreza óptica se hace emerger
una imagen tridimensional, la visión más exacta dependerá
de la imprecisión con la que seamos capaces de mirar lo que no
aparece a primera vista. Algo tiene que ver con esta inflexión
perceptiva la intensa experiencia lectora que nos ofrecen estos poemas
de Mariano Peyrou, pertenecientes a un libro en proceso de escritura,
La hora verde, donde lo primero que estaríamos tentados a preguntar
es si verdaderamente discurre ahí lo que leemos. En "¿Y
si fuera el día?", poema perteneciente a su libro La voluntad
de equilibrio, se nos dice: "Ahora hay que confiar en lo que no se
entiende, elegir el recipiente más adecuado para contener el desconcierto",
enunciándose así la escritura como un delicado juego de
confianza, el paradójico intento de generar formas que fijen el
desequilibrio. En La hora verde se inicia una investigación que
buscará desestabilizar incluso el soporte de dicho intento, en
palabras del propio poeta: "No se trata de hurgar o desvelar, sino
de desconcentrar la superficie como forma de entender qué ocurre
en ella." ¿Cómo caer entonces desde una línea
pintada en el suelo? Por fidelidad a la superficie, es precisamente el
límite más externo del poema, el lector, el que muy pronto
se verá cuestionado. Atendiendo a su naturaleza metonímica,
la construcción del texto se planteará como un continuo
desvío de la lectura, tentada siempre por los beneficios semánticos
de una progresión en profundidad. En este sentido, las numerosas
alusiones a una segunda persona -"Olvidarás todo cuando llegue
hasta tres"-, los deícticos que señalan en exceso,
las elipsis, además de ser la sostenida dicción de una falta,
serán llamadas de atención o señalizaciones equívocas
destinadas a un lector que terminará por reconocerse más
en el espacio entrecortado del habla que en la linealidad de lo escrito;
lectura a destiempo, casi fuera del texto, como si las palabras vistas
desde el otro lado de la superficie reflejasen una perturbadora sintaxis
invertida.
Ante el riesgo de ponerse demasiado lingüísticos, no habrá
que dejar de pasar de la exterioridad del lenguaje a la superficie de
los sentimientos, porque quizá sea ahí donde se atente más
certeramente contra la inercia de la noción de profundidad tal
como llega a nosotros desde su consolidación en el romanticismo.
Ya las vanguardias formularon sus respuestas multiplicando los fondos
posibles en el corazón del juego. Los poemas de La hora verde concentran,
como fotografías familiares en las que aparecieran personas y lugares
que no reconocemos, la exterioridad fragmentaria de la memoria más
íntima. A este respecto y para acabar con las suspicacias de los
sentimentales, bastaría con recordar las incisivas palabras de
Michel Tournier en Viernes o los limbos del Pacífico, que Mariano
Peyrou cita al hablar de la concepción de su proyecto poético:
"Y, sin embargo, me parece que un sentimiento como el amor se mide
mejor -si es que puede medirse- por la importancia de su superficie que
por el grado de su profundidad. Porque yo mido mi amor por una mujer por
el hecho de que amo tanto sus manos como sus ojos, su andar, sus vestidos
habituales, sus objetos familiares, lo que ella no ha hecho más
que rozar, los paisajes en donde la he visto desenvolverse, el mar en
que se ha bañado... ¡Todo esto es, desde luego, de la superficie!",
fragmentos de deseo donde la realidad parecería poder tocar lo
que leemos.
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