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julio - agosto 2002
Nº 91/92

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Tecnología y delirio en el arte
Mery Cuesta

Los circuitos del arte también se ven transitados por carreteras secundarias de gran potencia. Dos volúmenes de reciente publicación, Nuevas expresiones artísticas a finales del siglo xx, de Michael Rush, y Outsider art: Alternativas espontáneas, de Colin Rhodes, ambos en Destino, revisan estas prácticas desde la tecnología como valor decisivo y desde la creación marginal.

Ha llegado el fin del arte", declaraba el crítico Arthur Danto, "cuando el arte reconoció que la obra ya no tenía por qué ser de determinada manera". Esta afirmación refleja la enérgica expansión que han experimentado las prácticas artísticas en el fin del siglo xx gracias a la revolución tecnológica. El arte se ha zafado de los rígidos parámetros que definen la pintura y la escultura, y ahora puede expresar cualquier concepto por cualquier medio posible. Así, el final de siglo nos trae una gama de prácticas artísticas que van desde la fotografía digital a la realidad virtual pasando por el cine, el vídeo, el arte sonoro, la instalación, la performance, o el net.art (arte en la red). El recién publicado volumen Nuevas expresiones artísticas a finales del siglo xx (Destino, 2001) del cineasta, crítico y dramaturgo Michael Rush, lleva a cabo una completa revisión de las formas artísticas surgidas desde la década de los 60, que son las que han dado cuerpo a las últimas tendencias artísticas.

El desarrollo de la técnica ha influido directamente en la evolución de las artes. Con la fotografía (y más tarde el cine), el ser humano se vio capaz de manipular el tiempo, capturándolo, reconfigurándolo y creando variaciones en la cadencia (cámara lenta, rápida, avances y retrocesos). A partir de los años 60 muchos de los componentes del movimiento internacional Fluxus como George Maciunas, John Cage, Michael Snow o Yoko Ono, supusieron un importante avance conceptual en la concreción del arte no sólo por sus performances, sino por sus piezas sonoras y filmes (fluxfilms), rodados con cámaras de 16 y 8 mm; en cuanto a las primeras, no hay duda de que son la cuna conceptual del arte sonoro, tan en boga hoy en día gracias a festivales de música avanzada como el Sónar o exposiciones como Proceso Sónico, actualmente en el MACBA de Barcelona y pronto en el Pompidou de París.

La aparición en el mercado a principios de los 70 de la cámara Sony Portapak abre un nuevo capítulo en la historia de la evolución de las artes visuales. Es portátil y más económica que las cámaras de 8 y 16 mm. La cámara de vídeo se convirtió en compañera de varios artistas influyentes, atraídos por los medios electrónicos, que grababan acciones íntimas, como es el caso de Nam June Paik, Vito Aconcci o Bruce Nauman. Sin embargo, artistas de circuitos marginales, como los del bloque del Este, tenían prohibido legalmente trabajar con vídeo. Las cámaras eran herramientas de vigilancia utilizadas para espiar a los ciudadanos y no debían estar en manos de individuos y mucho menos de artistas, que podían utilizarlas de forma subversiva. Si algún artista era descubierto con una cámara era encarcelado, por lo cual, los creadores rumanos hacían sus performances en estricto secreto.

Desde mediados de los años 70, el placer del artista ante las posibilidades de las nuevas tecnologías se convierte en el suceso principal. La constante utilización de éstas revirtió en la inclusión de recursos audiovisuales en las performances, así como en la eclosión del cine underground, el videoarte, el vídeo conceptual y la videoinstalación.

A mediados de los 90 las cámaras digitales empiezan a ser asequibles, lo cual contribuye a que el vídeo sufra una cierta cinematografización, es decir, que la producción en vídeo comience a tomar recursos del cine, como la proyección en gran tamaño. Atrás queda el monitor único o el ambiente de monitores múltiples, típico de los años 70 y 80. Otra vez el avance de la técnica tiene la última palabra sobre la elección de soportes artísticos.

Ya desde finales de los 90 y hasta nuestros días, el arte digital es el medio que, por el momento, se nos revela ilimitado. Si la performance y el vídeo hicieron de la temporalidad uno de los parámetros constructivos de su naturaleza como obra de arte, en la actualidad el arte digital ocasiona una extraña suspensión del tiempo cuando el espectador entra en contacto con el ordenador: la obra no está en ninguna parte ni en ningún momento. Cuando echamos la vista atrás nos damos cuenta de que el arte de comienzo del siglo ha pulverizado uno de los pilares estructurales sobre el que se sustentaba la inquietud creativa: con el arte digital ya no existe el tiempo en el arte.

Delirio creativo

Mientras que algunos artistas han alcanzado altas cotas de sofisticación formal y conceptual gracias al avance de la tecnología, otros creadores han optado por tomar caminos diferentes, más "manuales" (en el sentido menos peyorativo del término) y marginales, desdeñando por completo el mundo sofisticado, endogámico y entroncado con el mercado del arte que frecuentaban los artistas aludidos anteriormente. Outsider art: Alternativas espontáneas (Destino), del británico Colin Rhodes, constituye un repaso por prolíficos e intensos circuitos off del arte, transitados por autodidactas, criminales, excéntricos, visionarios o pacientes psiquiátricos, individuos que no entran en la categoría oficial de artistas profesionales ni aspiran a contribuir al adelanto de las artes visuales, y que se manifiestan mediante expresiones pictóricas delirantes. Tras estas formas de arte hay un desaforado deseo de elaborar imágenes y comunicar algo. Son expresiones que responden a una naturaleza impremeditada, a un imperativo del "ser interior". Jean Dubuffet, factótum del outsider art, invitaba a buscar el "verdadero arte" en lugares inesperados, desde un estado lo más "natural" posible, oponiendo "natural" al término "cultura".

Ante las creaciones de artistas outsiders, así como de obras de autores referenciales en la historia del arte surge en ocasiones el interrogante: ¿dónde se encuentra la débil línea de tiza que separa a un demente de un artista? Dubuffet nos proporciona una fórmula ambigua: "Un artista es un hombre que crea un universo paralelo porque no quiere que se le inflija uno impuesto. Los dementes son personas que llevan su creatividad más lejos que los artistas profesionales, es decir, que creen en ella de forma total."

.Mery Cuesta es crítica de arte y realiza su tesis doctoral sobre cine experimental español.