
|

septiembre
2000
Nº 69

home
|
crónica
Francisco Arias Cárdenas, el otro.
La larga sombra de Hugo Chávez
(fragmento del artículo publicado)
MILAGROS SOCORRO
Militar retirado, ex seminarista y coprotagonista
de la asonada de 1992, Arias Cárdenas ha disputado en las urnas
la presidencia de Venezuela al actual mandatario del país y antiguo
compañero de armas, Hugo Chávez. El "otro" candidato
no escatima esfuerzos ya vayan destinados a cuidar su cutis o a derrotar
al enemigo.
Estos aviones alquilados para cubrir rutas electorales
no suelen tener más de ocho puestos, quince a lo más. No
son más que insectos de hojalata que comienzan a remecerse en cuanto
despegan la panza del suelo. Y aunque los dos pilotos responsables de
su conducción se presentan en el hangar a la hora señalada,
muy atildados y sin rastros de resaca, nada puede contribuir a que descienda
la intensidad del miedo. No el mío, desde luego. En nuevo acto
de temeridad me he colado en la navecilla que llevará al candidato
Francisco Arias Cárdenas a la isla de Margarita, a cuarenta minutos
de vuelo de Caracas, donde deberá batirse como un guapo, un mes
antes de las elecciones, pautadas para el 28 de mayo y finalmente pospuestas
al 30 de julio.
"Yo también tengo miedo", concede Arias,
en el momento de desplegar un periódico, "pero no lo demuestro".
Y con esa frase, pronunciada justo en el despegue, el hombre se retrata
de cuerpo entero. Nadie sabe lo que piensa este andino de 49 años,
militar retirado con el rango de teniente coronel del Ejército,
ex seminarista, ex golpista, ex gobernador del estado Zulia y actual retador
en la pelea por la presidencia de la República de Venezuela, a
la que acudirá, en el bando contrario, el actual mandatario, su
antiguo compañero de cuartel y asonada, Hugo Chávez Frías,
el presidente que somete su cargo a la relegitimación tras la aprobación
de la nueva Constitución venezolana.
Y, efectivamente, no lo demuestra. Claro que ni una sola
vez se asoma a la ventanilla y opta, más bien, por concentrarse
en la prensa de la mañana. Su esposa que, como siempre, lo acompaña,
le ofrece algo de comer, pero él declina la oferta y le recuerda
que ya ha comido en su casa. "Una arepita", precisa distraídamente,
como si la arepita fuera un trámite y no un bocado relleno acaso
con queso fresco. Igual que sus pensamientos, ambiciones e intenciones,
los apetitos de Arias están cuidadosamente escondidos tras su fachada
imperturbable.
Los asientos del avión son pocos son ocho
e imponen una estrecha cercanía entre los pasajeros. Mi asiento
es vecino al de Arias, un mínimo pasillo nos separa, de manera
que mientras él revisa los titulares puedo observar cómodamente
esas gotas de cabello blanco que tiene a ambos lados del rostro, islas
de canas en el casco de su cabello aún oscuro. Es su rasgo emblemático.
La piel de la cara, requemada por la exposición al sol que suponen
las marchas electorales, se ve cruzada por finos vasos capilares. Quién
lo diría, Arias es un tipo delicado, si no observa ciertos miramientos
con su cutis capaz que se le resquebraje al final de una jornada de prolongada
intemperie. Intento escrutar en sus ojos cuando, al cruzar la página,
se le pone delante una fotografía de Chávez quien no
ha ahorrado insultos contra su contendor, a quien ha llamado serpiente,
mosca, traidor y Frijolito II, en alusión al nombre del caballo
de Salas Röhmer, el candidato que Chávez derrotara en las
elecciones de diciembre del 98, pero ni un respingo. Arias mira la
foto de su ex hermano del alma sin cambiar un ápice su expresión
de interés apenas intelectual por la lectura. La imagen del presidente,
en la foto a color del periódico, resalta una más de las
muchas diferencias que separan a los dos comandantes: Chávez es
dado a la combinación, digamos, imaginativa, de tonos vivos en
su atuendo mientras que Arias demuestra en este campo su profundo conservadurismo;
va vestido, como siempre, con una camisa azul añil (la otra muda
es una camisa mil rayas, también azul), un pantalón de gabardina
negro muy bien cortado y zapatos de piel de excelente factura. "Aunque
no sabe de marcas", concede su secretaria, "siempre se orienta
a las cosas finas. Lo guía un instinto". El resultado nos
presenta un peso pluma vestido por sastre italiano.
El poder de la oración
Deben ser los nervios pero el caso es que de pronto me
veo atrapada en una extraña situación: la esposa de Arias,
Gladys Margarita Fuenmayor, dos años mayor que él y dueña
de una voz aguda que pugna por imponerse al ruido de las turbinas, está
leyendo me está leyendo una larguísima oración
impresa en el dorso de una estampita del Corazón de Jesús.
No sé cómo me metí en esto. La oración parece
escrita por un mercenario que se habrá ganado unos reales por ese
trabajito. Pero Arias ha arrugado los periódicos para atender aquellos
maitines. No demuestra ningún espíritu crítico ante
el obvio oportunismo de la prosa mística en cuyo estilo creo reconocer
a cierto escritor... en fin, los Arias no pierden ocasión para
exhibir su religiosidad. Mientras él era gobernador acudía
todos los días a la capilla de la residencia oficial a escuchar
misa antes de llegar al despacho oficial y vérselas con problemas
fronterizos, de narcotráfico, de secuestro de ganaderos y de falta
de agua, entre muchos otros. En 1995, cuando se presentó por primera
vez de candidato a la Gobernación del Zulia, los adecos, entonces
todavía enseñoreados del país, quisieron escamotearle
el triunfo. Faltaban horas para que se anunciara su derrota cuando un
reportero entró a la suite de hotel donde se alojaba con su esposa,
sus hijos y sus padres. "Yo iba a decirle que todo estaba perdido
para él", cuenta el periodista, "y lo encontré
rodeado de su familia, todos arrodillados en torno a la cama. Estaban
rezando para que las cosas se resolvieran a su favor. Poco después
encendimos el televisor y ahí estaba el comisionado electoral reconociendo
el triunfo de Francisco Arias Cárdenas. 'Ya ves el poder de la
oración', me dijo entonces, completamente en serio".
Cuando el avión comienza el descenso, la secretaria
de Arias le pasa un pomito de crema sin decir nada. Dócilmente,
el candidato se sirve generosamente el fluido en el cuenco de la mano
y luego se lo distribuye a manotazos por toda la cara. Alcanzo a ver que
se trata de la crema hidratante para el día, de la casa francesa
Clarins. Tomo nota: debo seguir el ejemplo de Arias en materia de cosméticos,
últimamente mi tez tiende a la resequedad.
|
|