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septiembre
2000
Nº 69

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política
ETA DESDE SUS ORÍGENES
FERNANDO DEL REY
Historiar la trayectoria de un movimiento político
fanático y criminal sin dejarse llevar por la pasión siempre
es difícil. Lo es aún más si ese movimiento sigue
vivo. Sin reparar en tal obstáculo o en otros, esto es lo que se
proponen valientemente y consiguen en este libro sus autores,
reconocidos especialistas todos ellos en el mundo del nacionalismo vasco
y de ETA, el apéndice terrorista que surgió de dicho mundo.
La obra consta de tres partes, precedidas por un estudio
introductorio a cargo de su coordinador, Antonio Elorza, y culminadas
en un epílogo firmado por el periodista Patxo Unzueta. La introducción
ya sitúa al lector en el nivel de claridad que se vislumbra a lo
largo de todo el volumen. A partir de una original construcción,
donde se aúnan las experiencias personales con un profundo conocimiento
de las raíces lejanas y próximas del fenómeno nacionalista,
Elorza sostiene la tesis de que la violencia de ETA se apoya en unos cimientos
culturales sumamente arcaicos, preñados de absurda mitología
e inspirados por la irracionalidad más absoluta. Unos cimientos
propios de una comunidad preindustrial cerrada, ultrarreligiosa, rural,
sumamente cohesionada y maniquea que durante siglos alimentó el
sentimiento de pertenencia a un pueblo elegido, y que no acabó
nunca de asumir la modernidad. Sabino Arana, padre intelectual del invento
(lo de intelectual no deja de ser una concesión), se sirvió
a finales del siglo xix de esas pautas y de sus tradiciones para formular
un proyecto político integrista, antiliberal y racista, donde ya
se alimentó un mensaje de exaltación guerrera, una suerte
de religión de la violencia política en pos de la recuperación
de una independencia que nunca existió. Con más o menos
éxito y empeño, y variable fidelidad a la ortodoxia primigenia,
las sucesivas generaciones de nacionalistas mantuvieron vivo el ideal,
hasta que la Guerra Civil, primero, y la dictadura franquista, después,
propiciaron las condiciones ideales para que el huevo de la serpiente
alumbrara el monstruo.
Del análisis de ese monstruo y de esas condiciones,
desde que ve la luz en julio de 1959 hasta la muerte del dictador, se
ocupa, con especial atención a su práctica política
y al activismo violento, José María Garmendia. De aquella
primera ETA de la que nos habla se extrae la conclusión de que
fue una organización bastante diferente a la que hoy se conoce,
aunque en algunos de sus seguidores se encontrara ya la simiente a partir
de la que germinó la organización actual. Diferente por
su pluralidad y sus contradicciones internas, por la fuerte religiosidad
originaria de sus primeros mentores, por la inexistencia de un sólo
grupo de dirección, o por las muchas escisiones en las que desembocó.
Pese a lo cual, con la ayuda inestimable de la represión franquista,
aquellos grupos de jóvenes nacionalistas se convirtieron en símbolo
de la opresión que sufría el País Vasco en manos
de la dictadura. Ávidos lectores de las teorías marxistas
unos, más dados a la acción otros, deslumbrados por los
movimientos de liberación en el Tercer Mundo o por la lucha del
movimiento obrero en España los más, es el caso que fue
la persecución del régimen el proceso de Burgos y los
fusilamientos de 1975 en particular más que sus propias estrategias
lo que les elevó a los altares del culto nacionalista.
Gurutz Jáuregui completa, desde una perspectiva
estrictamente ideológica, el recorrido anterior, acercándonos
a los parámetros mentales de un universo sectario encorsetado por
el dogmatismo, la intolerancia y por fuertes limitaciones intelectuales.
Su balance no puede ser más desolador: ETA, que desde sus orígenes
se autodefinió como una organización nacionalista y revolucionaria,
no sólo no ha conseguido ninguno de los objetivos que decía
defender la construcción nacional y el socialismo sino
que lo único que ha producido ha sido infinito dolor, ha dividido
al nacionalismo y ha enfrentado a los vascos como no lo hizo ni siquiera
el franquismo.
De ese dolor y de esos enfrentamientos a lo largo de los
últimos veinticinco años se ocupa Florencio Domínguez
Iribarren, a través de una crónica cuasi periodística
bien trabada que nos acerca a una ETA aún más fanática
que la primera: militarista, ultranacionalista y totalitaria, donde el
sustrato socialista a diferencia de las inquietudes originarias
es básicamente un elemento decorativo. Una ETA y su entorno que,
por sus métodos y por el hostigamiento permanente a que somete
a todos los que discrepan de sus objetivos y a la democracia española
en su conjunto, se asemeja al fascismo de la época de entreguerras.
Una ETA que, como apunta Unzueta en el epílogo, después
de tanto crimen y tan sangrienta trayectoria, no deja ningún resquicio
abierto a la posibilidad de su autodisolución, tal y como le demanda
la inmensa mayoría de una ciudadanía vasca en la defensa
de cuyos derechos y libertades afirma encontrar la razón de su
existencia. Y lo peor de todo es la constatación de que el llamado
nacionalismo democrático representado por el Partido Nacionalista
Vasco y Eusko Alkartasuna baila en los últimos tiempos al
ritmo que le marca la organización terrorista.
Antonio Elorza (coord.), La
historia de ETA, Temas de Hoy, Madrid, 2000, 447 págs., 3500
ptas.
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